En una cultura centrada en el yo, los deseos se convierten en necesidades (quizás incluso en obligaciones), el yo sustituye el alma, y la vida humana degenera en el clamor de autobiografías que compiten entre si. Las personas se sienten fascinadas con como se sienten, y con como se sienten en cuanto a como se sienten. En una cultura así y en las garras de dicha fascinación, el yo existe para explorarlo, para darle gusto y para que se exprese, pero no para disciplinarlo o frenarlo. La religión centrada en el yo, dice David Wells, excluye la teología y la verdad objetiva:
La teología se convierte en terapia… El intereses bíblico por la justicia da lugar a la búsqueda de la felicidad, la santidad da lugar a un estado holístico, la verdad da lugar al sentimiento, y la ética da lugar a sentirse bien consigo mismo. El mundo se reduce a una gama de circunstancias personales; la comunidad de fe se reduce al círculo de amigos personales. El pasado se aleja. La iglesia se aleja. El mundo se alega. Todo lo que queda es el yo.
Cornelius Plantinga Jr., “El Pecado: Sinopsis Teologica y Psicosocial”, Libros Desafío (2001), p.115
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