Tenemos que desprendernos de esa cómoda idea de que el cristianismo es meramente una experiencia personal que solo se aplica a la vida privada de uno. Cuando somos redimidos, no sólo somos liberados de las motivaciones pecaminosas en nosotros sino que también somos restaurados para que cumplamos nuestro propósito original: construir sociedades y crear culturas –y al hacerlo, restaurar el orden de la creación.
La comisión cultural del Señor es inseparable de la gran comisión. Esta declaración puede resultar desagradable para muchos cristianos conservadores que, a través de gran parte del siglo XX, han rehuido a la idea de reformar la cultura, pues asocian ese concepto al evangelio social liberal. Muchos fundamentalistas y evangélicos creen que la única tarea de la iglesia es salvar a tantas almas como sea posibles de un mundo que literalmente va al infierno. Pero esta negación implícita de una visión cristiana del mundo no es bíblica, y es la razón por la que hemos perdido mucha influencia en el mundo. La salvación no consiste simplemente en libertad del pecado; la salvación también significa ser restaurado para realizar la tarea que se nos encomendó en el principio –la tarea de crear una cultura.
La vida cristiana comienza con una restauración espiritual, que Dios efectúa a través de la predicación de su Palabra, la oración, los sacramentos, la adoración y el ejercicio de los dones espirituales dentro de una iglesia local. Este es el principio indispensable, pues solo la persona redimida es llena con el Espíritu Santo de Dios y puede conocer el plan de Dios de manera genuina y llevarlo acabo.
Pero debemos proseguir a la restauración de toda la creación de Dios, que incluye la moralidad privada y la pública; la vida individual y la vida familiar; la educación y la comunidad; el trabajo, la política y las leyes; la ciencia y la medicina; la literatura, el arte y la música. Este objetivo redentor impregna todo lo que hacemos, ya que no hay una línea divisora invisible entre lo sagrado y lo secular. Debemos hacer que “todas las cosas” estén bajo el señorío de Cristo, en el hogar y en la escuela, en el taller y en el salón donde se reúne el directorio de la empresa, en la pantalla de cine y en el escenario de conciertos, en el consejo municipal y en la cámara legislativa.
La lección es clara: Los cristianos no son solo salvos de algo (el pecado) sino también para algo (el señorío de Cristo sobre toda la vida).
Charles W. Colson, Y Ahora… ¿Como Viviremos?, Editorial Unilit (1999), p. 267-269
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