La sirena que llama a muchos hoy es la creencia de que el objetivo de la vida se encuentra en las ganancias materiales. Que los logros, el progreso y el placer sensual son “lo único que existe”.
Cada vez que prendemos el televisor o abrimos una revista o un diario, somos bombardeados con el evangelio del comercialismo: que para cada necesidad, cada inseguridad y cada preocupación, hay un producto a la venta que puede satisfacer nuestra necesidad, mejorar la opinión que tenemos de nosotros mismos y suavizar nuestra preocupación.
Los anunciantes dedican abultados presupuestos para contratar psicólogos que sondeen la psique humana y señalen nuestras profundas necesidades y anhelos. Luego entonces idean imágenes seductoras y frases pensadas para atraparnos, para inducirnos a creer que comprar ese producto habrá de satisfacer esas necesidades tan fundamentales.
Por medio de la publicidad, la “religión” de la gratificación de los apetitos y del ego se nos ofrece como una solución al dilema humano, un alivio en nuestras inseguridades, un camino de salvación. Las herramientas más avanzadas de comunicación y persuasión se utilizan para urgirnos al servicio de la deidad occidental más popular, el ídolo del consumismo.
Pero los bienes materiales y los productos del consumismo no ofrecen ningún alivio cuando uno entra en la oscura noche del alma. Como dicen algunos, los pobres están mejor que los ricos porque los pobres todavía creen que el dinero compra la felicidad; pero los ricos saben que no.
Practicar la religión del consumismo es como beber agua salada: cuanto más bebemos, más sed tenemos. Nunca hay riquezas y poder suficientes para satisfacernos, nunca las suficientes posiciones materiales hará que la culpa desaparezca. Y no importa cuan agradable o atractiva pueda ser nuestra breve existencia aquí en la tierra por medio de esas cosas, estas no nos pueden llevar mas allá de la tierra. Y no las podemos llevar con nosotros.
Charles W. Colson, Y Ahora… ¿Como Viviremos?, Editorial Unilit (1999), p. 211,213
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