¿Por qué me fuí en el semáforo en rojo?
- Porque necesitaba llegar más rápido a mí destino.
¿Por qué instalé esa licencia ilegal de software en mi computadora?
- Porque la necesitaba, y no era verdad que yo iba a pagar los dólares que valía tener una licencia legal.
¿Por qué me permití deleitar mis ojos al mirar el cuerpo de esa chica sensual que apareció en la televisión?
- Porque mi cansancio y mi stress demandaban que buscara una forma de relajarme.
¿Por qué no puedo levantarme 30 minutos más temprano cada mañana para tomar un tiempo y presentarme delante de Dios y buscar de su dirección para mi vida?
- Porque no quiero perderme esos preciosos 30 minutos de sueño antes de tener que irme a trabajar.
¿Por qué dije esa mentira a aquella persona, sabiendo que mis palabras no eran verdaderas?
- Porque no quería encontrarme frente a la vergüenza de admitir que no había cumplido con la tarea asignada.
¿Por qué escucho esa canción cuando sé que las letras detrás de la misma son un grito de apoyo claro a la inmoralidad y atenta contra todo aquello que Dios llama bueno y justo?
- Porque me gusta la calidad de la música y la voz de la cantante.
¿Por qué le hablé airadamente a mi esposa?
- Porque ella me faltó el respeto al cuestionar mi manera de pensar sobre un asunto determinado.
¿Por qué le pegué airadamente a mi hijo?
- Porque estoy cansado de repetirle lo mismo y no pude controlar mi enojo.
¿Por qué le hablé tan groseramente al mesero del restaurant donde cenaba?
- Porque no me trajo la comida en el tiempo que la esperaba, y luego que la trajo, no era el plato que le había ordenado.
¿Por qué gasto tanto dinero en cosas que no necesito?
- Porque tengo que mostrarle al mundo que no estoy quedándome atrás a las modas del momento.
Al final, cuando veo mi vida y evalúo mis acciones recientes y pasadas, no me queda otra cosa que admitir que todos mis pecados se tratan de mí. Los mismos son el resultado de yo querer tener una vida más placentera para mí mismo (mi carne), y donde yo no tenga que hacer sacrificio alguno que atente contra mi comodidad, aunque esto signifique desagradar a Dios.
Esto no lo escribo para querer sonar filosófico o como un pensamiento que deseo presentar esta noche para meditar. Esta es la realidad de un corazón pecador.
Esta noche mi corazón hace coro con las palabras del salmista cuando levanta su clamor al Señor en el Salmo 51 con las siguientes palabras:
“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de tu presencia, y no quites de mí tu santo Espíritu. Restitúyeme el gozo de tu salvación, y sostenme con un espíritu de poder.” Salmo 51:10-12 (LBLA)
Vivimos en una sociedad difícil. No solo este mundo nos invita a vivir nuestras vidas siguiendo todos los deleites que nuestro corazón desee (siempre y cuando no le hagamos daño a nadie, claro), sino que la intensidad con que nos presenta dicha invitación, y los distintos medios que utiliza para presentarnos la misma, hace que los cristianos nos encontremos en una batalla sin cuartel por vivir de la manera que le agrada a Dios. No pasa una sola hora del día donde no nos encontremos luchando en esta batalla, tomando decisiones a favor de agradar a Dios o a favor de agradar a nuestra carne.
Tranquilidad me dan las palabras de San Pablo a los Filipenses cuando dice:
“Estando convencido precisamente de esto: que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús.” Filipenses 1:6
Al final tengo que llegar a la conclusión de que mi vida no se trata de mí, sino de Dios.
Ni si quiera se trata del llamado que Dios haya puesto sobre mi vida para servirle, sino de Dios.
Se trata de nosotros acercarnos a EL y conocerle más. Se trata de dejar que EL viva su vida a través de nosotros, aunque en ese proceso, suframos el fuerte dolor de reconocer que nuestra vida no se trata de nosotros, sino de EL.
“El que se apega a su vida la pierde; en cambio, el que aborrece su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna. Quien quiera servirme, debe seguirme; y donde yo esté, allí también estará mi siervo. A quien me sirva, mi Padre lo honrará. “Juan 12:25-26 (NVI)
Que el ejemplo de las palabras de Jesús cuando se acercaba la hora de su apresamiento y muerte nos sirvan de ánimo esta noche para las fuertes batallas que tendremos por delante:
“Ahora todo mi ser está angustiado, ¿y acaso voy a decir: "Padre, sálvame de esta hora difícil"? ¡Si precisamente para afrontarla he venido! ¡Padre, glorifica tu nombre!” Juan 12:27-28a (NVI)
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