La iglesia cristiana no puede ser lo que ha sido llamada a ser mientras distinciones como raza, ritual y clase mantengan separados a sus miembros unos de otros. Las etiquetas que los hombres se ponen en sí mismos y a sus semejantes son irrelevantes para Dios, y también deberían serlo para su pueblo. Antes de alcanzar salvación, toda persona está separada de Dios por el mismo abismo eterno, y después de la salvación toda persona queda por igual reconciliada con Dios. Los creyentes son “todos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús… Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos [ellos son] uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26,28). Puesto que todos los creyentes son igual hijos de Dios, todos ellos son hermanos y hermanas, sin lugar alguno a excepciones o distinciones.
John MacArthur, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Gálatas, Editorial Portavoz (2003), p.75
2 de junio de 2010
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