No me refiero a “carismático” en el sentido de alguien que cree en la vigencia de los dones del Espíritu Santo hoy en día, sino más bien a alguien que posee la cualidad de motivar con facilidad la atención y la admiración de otras personas gracias a una cualidad "magnética" de personalidad o de apariencia[i].
Desde bien joven en la fe los primeros líderes cristianos que tuve eran bien carismáticos. Recuerdo lo entretenida que eran las reunión de jóvenes y como anhelaba que mis amigos inconversos vinieran a escuchar a mis líderes. Para mi vergüenza, yo pensaba en aquel entonces que Dios necesitaba el carisma de esos hombres para llegarle a mis amigos, y que por lo tanto, la Palabra de Dios sola, sin ese apoyo carismático, no podría tener efecto en las vidas de las personas.
Hoy en día tenemos iglesias llenas de estos tipos de líderes. Pastores que con su carisma y oratoria atraen miles de seguidores, pero que lamentablemente lo hacen al costo de descuidar los mensajes centrados en la Biblia.
Por la gran mayoría de mis años en el cristianismo quise ser como uno de esos líderes. Quería darle fama a Dios (¿y por qué no?, a mí también). Soñaba con ser el próximo gran evangelista. Creía que solo mi carisma y mis talentos en el escenario serían la herramienta necesaria para que Dios alcanzase vidas a través de mí. Estaba convencido de que mi oratoria y manejo escénico serían el principal canal para el cambio en la vida de las personas.
¡CUAN EQUIVOCADO ESTABA!
No me mal interprete. No estoy en contra de utilizar efectos especiales, o de poseer un manejo escénico que permita presentar de manera efectiva el mensaje de Jesucristo. A lo que si me opongo es a que usemos esas herramientas como un fin en sí mismas y que dependamos de ellas en vez de la obra del Espíritu Santo a través de su Santa Palabra. (Al final de cuentas, sin importar cuantas herramientas utilicemos, es Dios quien llama a las almas perdidas y les otorga la Fe para que crean en El.)
Me opongo a que con el fin de incrementar el tamaño de nuestras congregaciones, nuestra propia fama, o el dinero depositado en las urnas de nuestras iglesias, presentemos un mensaje del evangelio distinto al predicado en la Escritura, provocando de esta manera a que nuestras iglesias se mantengan repletas de personas felices que solo escuchan mensajes de superación personal, sanación emocional y prosperidad, mientras aún mantienen fijos sus lugares en el infierno.
¡Ya no quiero ser carismático!