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imageNo me refiero a “carismático” en el sentido de alguien que cree en la vigencia de los dones del Espíritu Santo hoy en día, sino más bien a alguien que posee la cualidad de motivar con facilidad la atención y la admiración de otras personas gracias a una cualidad "magnética" de personalidad o de apariencia[i].

Desde bien joven en la fe los primeros líderes cristianos que tuve eran bien carismáticos. Recuerdo lo entretenida que eran las reunión de jóvenes y como anhelaba que mis amigos inconversos vinieran a escuchar a mis líderes. Para mi vergüenza, yo pensaba en aquel entonces que Dios necesitaba el carisma de esos hombres para llegarle a mis amigos, y que por lo tanto, la Palabra de Dios sola, sin ese apoyo carismático, no podría tener efecto en las vidas de las personas.

Hoy en día tenemos iglesias llenas de estos tipos de líderes. Pastores que con su carisma y oratoria atraen miles de seguidores, pero que lamentablemente lo hacen al costo de descuidar los mensajes centrados en la Biblia.

Por la gran mayoría de mis años en el cristianismo quise ser como uno de esos líderes. Quería darle fama a Dios (¿y por qué no?, a mí también). Soñaba con ser el próximo gran evangelista. Creía que solo mi carisma y mis talentos en el escenario serían la herramienta necesaria para que Dios alcanzase vidas a través de mí. Estaba convencido de que mi oratoria y manejo escénico serían el principal canal para el cambio en la vida de las personas.

¡CUAN EQUIVOCADO ESTABA!

No me mal interprete. No estoy en contra de utilizar efectos especiales, o de poseer un manejo escénico que permita presentar de manera efectiva el mensaje de Jesucristo. A lo que si me opongo es a que usemos esas herramientas como un fin en sí mismas y que dependamos de ellas en vez de la obra del Espíritu Santo a través de su Santa Palabra. (Al final de cuentas, sin importar cuantas herramientas utilicemos, es Dios quien llama a las almas perdidas y les otorga la Fe para que crean en El.)

Me opongo a que con el fin de incrementar el tamaño de nuestras congregaciones, nuestra propia fama, o el dinero depositado en las urnas de nuestras iglesias, presentemos un mensaje del evangelio distinto al predicado en la Escritura, provocando de esta manera a que nuestras iglesias se mantengan repletas de personas felices que solo escuchan mensajes de superación personal, sanación emocional y prosperidad, mientras aún mantienen fijos sus lugares en el infierno.

¡Ya no quiero ser carismático!


[i] http://es.wikipedia.org/wiki/Carisma

“Pues quiero que sepáis, hermanos, que el evangelio que fue anunciado por mí no es según el hombre. Pues ni lo recibí de hombre, ni me fue enseñado, sino que lo recibí por medio de una revelación de Jesucristo. Porque vosotros habéis oído acerca de mi antigua manera de vivir en el judaísmo, de cuán desmedidamente perseguía yo a la iglesia de Dios y trataba de destruirla, y cómo yo aventajaba en el judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, mostrando mucho más celo por las tradiciones de mis antepasados. Pero cuando Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar a su Hijo en mí para que yo le anunciara entre los gentiles, no consulté enseguida con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo, sino que fui a Arabia, y regresé otra vez a Damasco.

Entonces, tres años después, subí a Jerusalén para conocer a Pedro, y estuve con él quince días. Pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo, el hermano del Señor. (En lo que os escribo, os aseguro delante de Dios que no miento.) Después fui a las regiones de Siria y Cilicia. Pero todavía no era conocido en persona en las iglesias de Judea que eran en Cristo; sino que sólo oían decir: El que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en un tiempo quería destruir. Y glorificaban a Dios por causa de mí.”

Gálatas 1:11-24 (La Biblia de las Américas)

Esta mañana, mientas meditaba en estos versos de la Epístola de San Pablo a los Gálatas, venía una pregunta a mi cabeza: ¿De quién era la gloria por todo lo que había sucedido en la vida de Pablo?

¿Quién le revelo a Pablo el evangelio que el enseñaba?

¿Quién le apartó mientras aún estaba en el vientre de su madre y lo llamó por su gracia para que le sirviera anunciando el evangelio de Jesucristo a los gentiles?

¿Quién tuvo a bien revelarle a Jesús a su vida?

¿Quién hizo el cambio tan drástico en la vida de este hombre, que lo transformó de ser un perseguidor y asesino de cristianos a convertirse en un predicador y apóstol de la fe que en un tiempo el quería destruir?

El verso 24 nos dice de quien es la gloria por lo sucedido en la vida del apóstol:

- “Y glorificaban a Dios por causa de mí”

¡Qué diferencia existe entre la forma de ver la obra de Dios en la vida de las personas, entre los hermanos de las iglesias de Judea y nosotros (los cristianos de hoy en día)!

Cuando hoy en día vemos a un predicador o ministro sanar a un enfermo, dar una palabra de profecía, o presentarnos un sermón que nos convence de pecado hasta lo más íntimo de nuestro ser, ¿a quién damos la gloria?

Cuando se nos invita a predicar la Palabra de Dios a un grupo de personas, ya sea en una casa, iglesia, hospital, escuela, o cualquier otro lugar, y las personas se nos acercan para hablarnos de lo tocados que fueron por nuestra ministración, ¿a quién damos la gloria?

Cuando vemos a nuestros pastores y líderes aconsejarnos a la manera de Dios, y maravillarnos con su conocimiento de la Palabra de Dios, ¿a quién damos la gloria?

¿Qué ha pasado con nosotros, los cristianos de hoy en día, que glorificamos tanto a los hombres y tan poco a Dios, como si lo bueno que sale de nosotros fuera producto de la obra realizada por nosotros mismos en nosotros, y no la obra misericordiosa de Dios en nuestras vidas?

Hermanos, la próxima vez que reconozcan los dones y talentos que tienen sus líderes, pastores y hermanos en Cristo, en vez de empezar a exaltarlos y gritar a voces lo grande y buenos que son, deténgase un momento, cierre sus ojos, levante sus manos y dele la gloria a Dios.

Es él quien ha producido en ellos tanto el querer como el hacer. Fue él quien los llamo de las tinieblas a luz. Es él quien les ha dado los dones y talentos que tienen para servir a su pueblo. Y es él quien nos ha llamado para ser imagen de su hijo y servirle aquí en la tierra, hasta que todos escuchen el evangelio de Jesucristo.

Nací un día como hoy hace 35 años.

No recuerdo el día de mi nacimiento. Tampoco recuerdo como fue mi estadía los 9 meses que estuve en la barriga de mi mamá. Mucho menos recuerdo el día que elegí nacer y la familia a la cual pertenecería (porque obviamente esto no dependía de mí).

Algunos de los recuerdos más lejanos y borrosos que poseo se remontan a la edad aproximada de 3 a 5 años. Recuerdo algunos paseos con mis padres, una sesión de fotos con mi madre, mi primera escuela (Los Angelitos) y la primera niña de la cual me enamoré (su papá trabajaba en una tienda de zapatos llamada El Encanto).

Hoy día, al analizar mis 35 años de vida, tengo un sentimiento de plenitud inmenso. Esta plenitud y sentido de felicidad no es producto de la propiedad en la que vivo, el carro que manejo, ni de la carrera a la que me dedico. Tampoco es el resultado de mi relación con mi esposa, ni de los tres preciosos hijos que tengo. Todo esto es bueno (¡claro que sí!), pero nada de eso ha producido la sensación de totalidad, llenura y gozo que hoy en día tengo en mi vida.

La sensación de plenitud que hoy tengo inició a mis 12 años de edad. Recuerdo aquel día cuando todo cambio. Fue un día lluvioso entre los meses de Octubre y Noviembre del año 1987. Ese día conocí a la persona que cambiaría por completo y para siempre mi vida con decirme solamente una palabra: “Sígueme”.

Aún no entiendo como hay personas que rechazan la existencia de Jesucristo. ¿Cómo critican a quien no han conocido? ¿Cómo niegan a Aquel que vino a este mundo con un solo propósito: Dar su vida por nuestros pecados para rescatarnos de este mundo malvado (Gálatas 1:4)? ¿Cómo rechazan a aquel cuyo único objetivo es rescatarnos de nosotros mismos?

No sé que me espera en la vida en los próximos 35 años (si a Dios le place que viva esos años más). Pero de una cosa si estoy seguro, y es que venga tristeza o alegría, abundancia o escases, éxitos o fracasos, el sentir de plenitud, totalidad y contentamiento de mi vida no se irá, porque aquel que me llamó ha prometido estar conmigo hasta el final (Mateo 28:20).

Hace algunos meses atrás fui invitando a participar en una campaña evangelística que sería realizada dentro de la cárcel de La Victoria, uno de los recintos presidiarios de mi país. La invitación me la habían extendido con un mes de antelación, y mi participación consistiría en cantar algunas alabanzas a Dios para dar inicio a la campaña.

Cuando llegué a la actividad, a la hora y día establecidos, y con mi guitarra y biblia en mano, el hermano que me había comunicado la invitación me dijo que mi participación había sido cancelada debido a que yo era “bautista”, y que esta actividad estaba siendo realizada por un grupo evangélico “pentecostal”. Ellos temían que yo me identificará en la actividad como una persona perteneciente a la denominación bautista.

Mi respuesta para el hermano fue que no se preocupara, que yo entendía la situación, pero que supiera que yo no era “bautista”.

Ciertamente en la actualidad soy miembro de la Iglesia Bautista Internacional, donde Dios, por su misericordia, me ha traído para el bien de mi alma. No porque este tipo de congregación sea la mejor, sino porque yo personalmente necesitaba lo que EL tenía que enseñarme en este lugar, en esta etapa de mi vida. No solo esta iglesia me ha ayudado a crecer en el conocimiento de Dios y su Palabra, sino que también ha sido una influencia santificadora en mí caminar con Dios. Pero el que yo sea parte de esta congregación, no me define como bautista.

Por otro lado, el llamado que Dios me ha hecho, no es el de ir calle por calle y esquina por esquina, buscando adeptos para alguna denominación cristiana determinada, sino el de ir a predicar las buenas noticias de salvación a las almas que se pierden, y de esta manera, si Dios así lo permite, arrebatarlas de las manos de Satanás.

Entiendo que existen religiones falsas y esa es una buena razón para identificarnos con una denominación evangélica de sana doctrina, pero lo que no entiendo es como nosotros, los cristianos que hemos creído en la salvación por gracia por medio de la fe en Jesucristo, en la encarnación del hijo de Dios, su muerte y resurrección para la expiación de nuestros pecados, en la Biblia como la Palabra de Dios y en Jesucristo como el único mediador entre Dios y los hombres, no podemos ponernos de acuerdo en esos temas fundamentales, y dejar a un lado aquellos temas doctrinales que no determinan nuestra salvación, y podamos salir unidos a predicar el evangelio a los perdidos.

¿Acaso en aquél día, cuando allá se pase lista, me salvará el decir que soy Pentecostal, o Bautista, o Metodista, o Reformado?

¿Acaso me darán un pase al cielo por decir que soy calvinista y no arminiano?

¿Acaso no es todo esto una artimaña exitosa dentro de los planes del enemigo para desviar nuestra atención de lo que realmente es importante?

¿Acaso no era esto a lo que Pablo se refería en su primera carta a los Corintios, cuando llama a esos cristianos “carnales”?

“Hermanos míos, antes de ahora no les pude hablar como a quienes ya tienen el Espíritu de Dios, porque ustedes se comportaban como la gente pecadora de este mundo. Por eso tuve que hablarles como si apenas comenzaran a creer en Cristo. En vez de enseñarles cosas difíciles, les enseñé cosas sencillas, porque ustedes parecen niños pequeños, que apenas pueden tomar leche y no alimentos fuertes. En aquel entonces no estaban preparados para entender cosas más difíciles. Y todavía no lo están, pues siguen viviendo como la gente pecadora de este mundo. Tienen celos los unos de los otros, y se pelean entre sí. Porque cuando uno dice: "Yo soy seguidor de Pablo", y otro contesta: "Yo soy seguidor de Apolo", están actuando como la gente de este mundo. ¿No se dan cuenta de que así se comportan los pecadores?

Después de todo, Apolo y yo sólo somos servidores de Dios para ayudarlos a creer en Jesucristo. Cada uno de nosotros hizo lo que el Señor nos mandó hacer: yo les anuncié a ustedes la buena noticia de Jesucristo, y Apolo les enseñó a seguir confiando en él. Pero fue Dios quien les hizo sentirse cada vez más seguros en Cristo. Así que lo importante no es quién anuncia la noticia, ni quién la enseña. El único importante es Dios, pues él es quien nos hace crecer.”

1 Corintios 3:1-7

Biblia en Lenguaje Sencillo (BLS)