“Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos,
entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos.
¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí.
Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha;
y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda.”
(Gn. 13.8-9)Éxito. Abraham nos sorprende en este pasaje con su desprendimiento. El tiempo había pasado y él, junto con su sobrino Lot, habían prosperado. "Y la tierra no era suficiente para que habitasen juntos, pues sus posesiones eran muchas, y no podían morar en el mismo lugar" (Gn.13.6). La cantidad de ganado hacía difícil la convivencia y era necesaria una separación para mantener la paz entre ambos parientes. La lógica de la negociación hubiera dado por sentado que Abraham tenía todas las prerrogativas para escoger el mejor terreno para cuidar sus ganados. Pero entre los hijos de Dios las cosas nunca son vistas como las ven los hijos de los hombres.
¿Cómo miran los hijos de los hombres? Así: "Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra. Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; y se fue Lot hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro" (Gn.13.10-11). Lot vio esa hermosa tierra oriental y se dejó llevar por su propia codicia o "intereses" como lo llaman hoy en día. Abraham le estaba dando una oportunidad que no podía perder y que nunca se imaginó que pudiera estar en sus manos. El pudo observarse en un instante lleno de más riquezas, completamente establecido y respetado. No sólo estaban las posibilidades ciertas de prosperidad y posición, sino que también veía la comodidad. Hasta ese momento había tenido una vida errante de campamento en campamento; ahora, hay ciudades en donde habitar con todos los beneficios que esto trae consigo. Como diría cualquier mortal: "Sólo un loco dejaría pasar esta oportunidad". ¿Qué no miró Lot? No miró la gratitud que le debía a su tío que lo prohijó durante tantos años. La codicia es mala compañera para la gratitud, siempre termina devorándola. Ni por un minuto vio la posibilidad de poder ser desprendido con el hombre que le estaba dando una lección de desapego. La visión humana también tiene un grave defecto: no es capaz de ver la realidad espiritual y moral sólo hasta que padece sus consecuencias. "Mas los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera" (Gn.13.3). Este “pequeño” detalle cambiaría radicalmente la estabilidad de Lot, pero la codicia no le permitía ver el peligro.
Una de las tareas más difíciles para un padre es poder hacer que sus hijos entiendan el peligro de las malas compañías. La inexperiencia y la adrenalina propia de la juventud hacen que ellos vean con indiferencia los consejos de unos padres preocupados. Lamentablemente, cuando llegamos a adultos nadie se atreve a advertirnos nada; y la falta de discernimiento hace que caigamos en las redes de seres despreciables a los que no supimos visualizar a tiempo. Consabida es la frase: "¡Cómo no me di cuenta antes!". No es que no nos demos cuenta, quizás el problema sea que nuestros "intereses" son siempre más fuertes que nuestra camaleónica integridad. El resultado de la decisión del sobrino de Abraham es conocida universalmente. Lot tendría que salir sin nada (después de tenerlo todo e imaginar que iba a tener mucho más) de una ciudad en llamas producto del juicio de Dios.
En el otro extremo está la visión de los hijos de Dios. ¿Cómo miran los hijos de Dios? Abraham estaba en esa tierra producto de la voluntad de Dios. No era Canaán su sustento, sino Dios el Omnipotente. Además, la principal visualización de riqueza para Abraham era tener a su familia en paz: "Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos" (13.8). La visión de un hijo de Dios privilegia los valores eternos antes que los "intereses" temporales. Además, el hijo de Dios puede ver y escuchar al Señor que hace empalidecer todas las riquezas de este mundo. Abraham hizo valer su "derecho" como hijo de Dios de no hacer valer sus genuinos "derecho" como ciudadano del mundo (insólita pero permanente ley espiritual). Por esto, Dios le hizo ver lo eterno: "Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte, y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre" (13.14-15). Aparentemente, lo había perdido todo pero Dios es experto en hacer cosas de la nada (acuérdense del universo). Abraham mira no desde sus propios "intereses", sino desde el corazón del Señor. No sólo en una dirección, sino en la multidireccionalidad de Dios que hace que nuestra vida adquiera dimensiones más allá de lo humano. Debemos aprender a ver con los ojos de Dios así como los pilotos experimentados vuelan con instrumentos cuando la niebla impide ver con los ojos. En los caminos de esta vida siempre encontraremos climas adversos, nieblas y terribles tormentas: el orgullo, la vanagloria, la codicia nos impedirán ver con claridad el panorama que se nos pone delante. Por eso, Dios debe hablarnos y dirigirnos desde la torre de control a buenos puertos. Lot creyó ver todo... y se quedó sin nada. Abraham se quedó sin nada, pero hasta hoy lo tiene todo... su descendencia sigue poblando Palestina.
Nuestro Señor Jesucristo nos da algunos sabios principios para mejorar la visión espiritual: Ver con los ojos de Dios es descubrir que Dios nos mira con posibilidades ilimitadas. Jesucristo no nos presta atención por lo que podamos darle, sino por todo lo que El puede hacer por nosotros. "... Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento" (Mt.9.12-13).
Ver con los ojos de Dios es descubrir que cuando Dios nos mira nos muestra caminos absolutamente nuevos. Al Señor no le interesan nuestros viejos y deteriorados caminos por los que hemos circulado en la vida. Su propuesta siempre será de nuevas y más gloriosas rutas que nos lleven a concretar su voluntad en nuestras vidas. "Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura. Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y las odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente" (Mt.9.16-17). Nunca nuestras viejas estructuras podrán soportar todo lo nuevo que el Señor tiene para nosotros.
Ver con los ojos de Dios es encontrar el equilibrio entre la astucia y la inocencia. "He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas" (Mt.10.16). Cuando tenemos el privilegio de ser enseñados por el Señor somos capaces de captar la naturaleza de las cosas y las personas que nos rodean. Jesucristo nos provee de una maravillosa cautela que nos permite sortear los más difíciles obstáculos. Pero también, el Señor nos equilibra con la simpleza y la candidez necesaria para observar las cosas sin malicia y con profunda inocencia. Ojo: La ponderación de estas dos características nos da la visión 20/20. Termino con una frase que me enseñaron alguna vez:
“DIOS MIRA HACIA ABAJO CON OJOS DE GRACIA,
Y SU MIRADA SE ENCUENTRA CON LOS QUE SINCERAMENTE
MIRAN HACIA ARRIBA CON OJOS DE FE”
Tomado de las “Reflexiones Aterrizadas” de José (Pepe) Mendoza, pp. 11,13
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