La afirmación cristiana realmente asombrosa es la de que Jesús de Nazaret era Dios hecho hombre: que la segunda persona de la Deidad se convirtió en el “segundo hombre” (1 Corintios 15:47), con lo cual quedó decidido el destino de la humanidad; la segunda cabeza representativa de la raza, que adoptó la humanidad sin perder la deidad, de modo que Jesús de Nazaret era tan completa y realmente divino como humano.
He aquí dos misterios al precio de uno solo: la pluralidad de personas dentro de la unidad de Dios, y la unión de la Deidad y la humanidad en la persona de Jesús. Es aquí en lo que aconteció en esa primera navidad, donde yacen las profundidades más grandes y más inescrutables de la revelación cristiana. “El Verbo fue hecho carne” (Juan 1:14); Dios se hizo hombre; el Hijo divino se hizo judío; y el Todopoderoso apareció en la tierra en forma de un niño indefenso, incapaz de hacer otra cosa que estar acostado en una cuna, mirando sin comprender, haciendo los movimientos y ruidos característicos de un bebé, necesitado de alimento y de toda la atención del caso, y teniendo que aprender a hablar como cualquier otro niño. Y en todo esto no hubo ilusión ni engaño en absoluto: la infancia del Hijo de Dios fue una absoluta realidad. Cuanto más se piensa en todo esto, tanto más asombroso resulta. La ficción no podría ofrecernos algo tan fantástico como lo es esta doctrina de encarnación.
En esto reside la verdadera piedra de tropiezo del cristianismo. Es en este punto en el que han naufragado los judíos, los musulmanes, los unitarios, los testigos de Jehová, así como también muchos de los que experimentan las dificultades enumeradas mas arriba (sobre el nacimiento virginal, los milagros, la expiación y la resurrección).
La encarnación constituye en sí misma un misterio insondable, pero le da sentido a todo lo demás en el Nuevo Testamento.
J.I. Packer, El Conocimiento del Dios Santo, Editorial Vida (2006), p.68-70
“Sin embargo, considero que mi vida carece de valor para mí mismo, con tal de que termine mi carrera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor Jesús, que es el de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.”
Hechos 20:24.
“Lo mejor” no es lo que queremos. Ni tampoco lo son nuestros anhelos más profundos.
“Lo mejor” no son aquellas cosas por las que hemos estado esperando por tanto tiempo, ni tampoco lo son aquellas que hemos obtenido producto de un arduo esfuerzo y trabajo.
“Lo mejor” no es aquello que “dejamos ir” pero que aún nos saca un suspiro y en el fondo aún deseamos.
No, “lo mejor” no es lo que queremos.
Podemos querer tantas cosas, muchas buenas y otras no tan buenas, creyendo que éstas proporcionarán a nuestra existencia la verdadera esencia de su vivir.
Anhelamos sentir y tener con la esperanza de elevar nuestras almas a su máxima plenitud y realización.
Pero en nuestra búsqueda constante de la felicidad parece que no nos hemos dado cuenta que nuestros sueños y deseos, realizados o no, nunca proporcionarán a nuestro espíritu de lo que realmente tiene necesidad, y como somos tan tontos, seguimos invirtiéndonos en cosas vanas y pasajeras, limitándonos al creer que todo está y se resume en ésta tierra, y convirtiéndonos en seres ignorantes al tratar de negar la existencia de un Dios creador.
Si nos rindiéramos por completo al señorío de Jesucristo y recibiéramos la salvación que EL nos ha proporcionado de nuestros propios pecados y sus consecuencias, entonces estaríamos renunciando a todo aquello que impide que podamos experimentar la plenitud que tanto anhelamos y que se encuentra en el gozo de conocerle.
Cuando entregamos todo lo que creemos que es mejor en sus manos, entonces comenzamos el camino hacia una eternidad gloriosa y una libertad plena; el camino hacia el verdadero conocimiento del Dios Santo.
Esto es “lo mejor”.
“Si podemos pegar el salto desde la fe al credo completo de la evolución, entonces creeremos que lo que nos sucede al morir no es mas significativo que lo que le sucede a un árbol cuando muere. Todo acabó. Desapareció de la existencia. No se siente nada, no se sabe nada, no se tiene conciencia... Pero si hallamos, escrita en la pizarra de nuestro corazón, la verdad de que hay un Creador, y que fuimos creados para tener una relación personal con él, y que lo que nos diferencia de las ballenas, delfines y chimpancés no son ciertas mutaciones y algunas sustancias químicas, sino el ser personas a imagen de Dios, entonces probablemente nos quedemos despiertos por la noche pensando en la eternidad.”
John Piper, Gracia Venidera (Editorial Vida, 2006), p. 377.
¿Que pasa con nosotros? ¿Por que nos es tan fácil pensar en el final de tantas etapas de nuestras vidas, como lo son el bachillerato, la universidad, la soltería, y el pago del préstamo de la casa, entre otras cosas, pero pareciera que nunca pensamos en el final de la etapa más grande e importante de nuestra vida, la vida misma?
¿Estás preparado para ese día?
“SEÑOR, hazme saber mi fin, y cuál es la medida de mis días, para que yo sepa cuán efímero soy. He aquí, tú has hecho mis días muy breves, y mi existencia es como nada delante de ti; ciertamente todo hombre, aun en la plenitud de su vigor, es sólo un soplo. (Selah) Sí, como una sombra anda el hombre; ciertamente en vano se afana; acumula riquezas, y no sabe quién las recogerá. Y ahora, Señor, ¿qué espero? En ti está mi esperanza.”
Salmo 39:4-7
Si todo estuviera aquí,
Tus mayores éxitos fueron tus logros en el mundo de los negocios, y la fama y el poder que esto te produjo.
Si todo estuviera aquí,
Tu mayor placer fue disfrutar de las cosas que te ofreció la vida: los vinos, las carnes, el sexo y los viajes.
Si todo estuviera aquí,
Tu mayor tesoro fue adquirir las cosas materiales y lujosas que lograste obtener, por el mucho esfuerzo de tus trabajos.
Si todo estuviera aquí,
Tu mayor orgullo fue ver tus hijos crecer y realizarse.
Si todo estuviera aquí,
Tu mayor alegría fue ver tus nietos nacer.
Si todo estuviera aquí,
Tu mayor dolor fue ver al cáncer robar tu felicidad y el disfrute de todo lo que tenías y amabas.
Si todo estuviera aquí,
Entonces morir fue tu final.
Pero no todo está aquí, y ese no fue tu final. Para los que somos hijos de Dios, los que hemos creído en la obra redentora de su hijo Jesús en la cruz, y su resurrección, ese es apenas el inicio de nuestra eternidad con Dios.
Feliz cumpleaños #68 Papi. Te amo!, y sé, por las promesas que Dios nos ha hecho, que un día nuevamente estaremos juntos y esta vez será por toda la eternidad.
Hasta ese día,
Tu hijo Alex
Porque sabemos que si la tienda terrenal que es nuestra morada, es destruida, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por manos, eterna en los cielos. Pues, en verdad, en esta morada gemimos, anhelando ser vestidos con nuestra habitación celestial; y una vez vestidos, no seremos hallados desnudos. Porque asimismo, los que estamos en esta tienda, gemimos agobiados, pues no queremos ser desvestidos, sino vestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Y el que nos preparó para esto mismo es Dios, quien nos dio el Espíritu como garantía. Por tanto, animados siempre y sabiendo que mientras habitamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero cobramos ánimo y preferimos más bien estar ausentes del cuerpo y habitar con el Señor.
2 Corintios 5:1-8
Sabiendo que aquel que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros.
2 Corintios 4:14
¿Para qué hemos sido hechos? Para conocer a Dios.
¿Qué meta deberíamos fijarnos en esta vida? La de conocer a Dios.
¿Qué es esa "vida eterna" que nos da Jesús? El conocimiento de Dios.
"Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Juan 17:3).
¿Qué es lo mejor que existe en la vida, lo que ofrece mayor gozo, delicia y contentamiento que ninguna otra cosa? El conocimiento de Dios.
"Así dijo Jehová: no se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en su riqueza. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme" (Jeremías 9:23s).
¿Cuál de los diversos estados en que Dios ve al hombre le produce mayor deleite? Aquel en el que el hombre conoce a Dios.
"Quiero... conocimiento de Dios más que holocaustos”, dice Dios (Oseas 6:6).
J.I. Packer, El Conocimiento del Dios Santo, Editorial Vida (2006), p.42
Señor, no me pertenece a mí el cuidado
De si muero o vivo;
Mi parte es amarte y servirte,
Y esto debe darlo tu gracia.
Si la vida es larga, estaré contento
De que pueda obedecer mucho tiempo;
Si corta… ¿Por qué habría de estar triste
De remontarme hacia el día interminable?
J.I. Packer, El Conocimiento del Dios Santo, Editorial Vida (2006), p.40
Artículo tomado de European Leadership Forum.
Over 200 people recently attended a public lecture on an apologetics subject. The lecturer spoke powerfully and knowledgably about his area of expertise. The problem began when the Chairman invited questions from the floor. A full hour had been allocated for this part of the evening and it had been advertised on the handbills. Questions flowed readily. Some were directly concerned with the substance of the lecture. Most, however, concerned the grounds, integrity and credibility of Christian belief. It was a disaster.
Outside his narrow field, the speaker rarely understood the force of the questions. His answers were shallow, unconvincing and dismissive. Fundamental questions were not addressed and a great opportunity to engage an intelligent audience with the truth of the Gospel was lost. Worse than that, the audience was left to think that Christians had no real or substantial answers on anything.
What depressed me most about the evening was the insight it gave me into the magnitude of the apologetic task. We heard questions about science, history, philosophy, ethics and doctrine all go unanswered.
Of course, you could arrange lectures without a question time. The church has been doing that for centuries, its teachers speaking every week from a pulpit ‘six foot above contradiction.’ The apostles, however, have left us with a greater challenge. They engaged with the questions and culture of their day, proclaiming the gospel in dialogue, not monologue. (See particularly Acts 17-19, where the Greek word ‘dialegomai’ is used repeatedly to describe the way Paul proclaimed the Gospel. In English, this is usually translated as ‘reason or reasoning’, but it implies dialogue.)
Today we face a particular difficulty. As knowledge increased so dramatically in the 20th century, we have all become experts in a narrow field. I had to give up history at the age of 14 years to focus on science subjects. From the age of 16, I gave up everything else apart from science, in order to study for medicine. By the time I was 20, I was reading little outside of science, apart from news and fiction.
Five hundred years ago, however, ‘Renaissance Man’ rejoiced in the breadth of his learning. Such polymaths wrote about literature, history and nature. They composed music, wrote plays, designed buildings, dabbled in politics, carried out experiments, addressed ethical issues – and collected butterflies! The breadth of their education was exhilarating.
What we need in secular Europe today are evangelists with a broad educational base from which they can speak persuasively about the truth of Christianity. Most of us will be specialists in a given field, but we must resist the temptation to be narrowed by it. How is this to be achieved?
For some - who have the ability, time and money – it can be done through the educational system. There are remarkable individuals who have collected Bachelor degrees, Masters and Doctorates in widely different fields. For most of us, we must be self-educated outside of our chosen field.
Thirty years ago, I found myself sitting in a train next to Professor Sir Norman Anderson. He was a legal academic of great distinction, specialising in Oriental Laws. He was also an outstanding Christian apologist, whose books nurtured the minds of a generation. I mentioned an article I had just written and he asked if he could read it. It was no longer than 800 words.
To my great surprise, he took ages to read it, so much so that I commented on it. He said he read very slowly, a habit he attributed to the need to master detailed legal documents. “How then do you manage to write so much, and with such authority and distinction?” I asked. “Ah,” he said, “I have a strategy. When I need to attend to a particular subject outside my field, I write to leading experts in that field and ask them what are the seminal books on the subject which I would need to read?” In other words, he was highly selective in his background reading and guided by expert opinion.
I have always kept that in mind when buying a book. There are only so many books that we have time to read – should this be one of them? Is it recommended by experts? Is it going to educate me? Will it explain matters I do not understand? An authoritative book review can guide our choices and save us hours of wasted time.
While not every reader is a leader, we can be confident that all leaders are readers. How broadly are we trying to educate ourselves? Before going on holiday this summer I bought four books on quite diverse themes. What were they?
I wonder if you are familiar with the Oxford University Press series, “Very Short Introductions” (VSI). They claim to be written “for anyone wanting a stimulating and accessible way in to a new subject. They are written by experts and have been published in more than 25 languages worldwide.” They run to about 150 pages and sell for about £8 or euros, or $12. There are now over 200 titles and the aim is to produce 300. Forthcoming titles promised include Communism, Fashion, Puritanism and Biography. The range is wonderful.
I have particularly enjoyed Julian Baggini’s VSI on “Atheism”, not least as I was preparing to debate with him. His cavalier misstatement of the Cosmological Argument was something he lived to regret! My understanding of the science behind the Cosmological Argument was greatly increased by Frank Close, Professor of Physics at Oxford, in his excellent VSI on “Nothing”. I am looking forward to reading Henry Chadwick on Augustine, Terry Eagleton on The Meaning of Life and William Doyle on The French Revolution. For those committed to a lifetime of self-education, not least for discerning Christian apologists, this library is a very valuable resource.
Of course the flip side of our struggling to have at least some knowledge of diverse subjects is that most of the people we want to engage in dialogue are themselves experts in a narrow field. Outside that field, they are usually drawing on the little they remember from school.
If you have been, thanks for reading.
Dr Peter May is a General Medical Practitioner in Southampton, UK. He is the author of Dialogue in Evangelism (Grove Books, 1990) and also wrote the Christian Medical Fellowship's dialogue evangelism training material, called Confident Christianity. He serves on the General Synod of the Church of England and also the Trust Board of the Universities and Colleges Christian Fellowship (UCCF). He is a Forum-approved trainer of evangelists and apologists.
Sermón predicado por el pastor José (Pepe) Mendoza de la Iglesia Bautista Internacional el pasado domingo 25 de Octubre del año 2009.
El texto base es Jeremías: 11-14 y el sermón puede ser descargado aquí.
A continuación un breve extracto del mensaje:
Nosotros podemos cantar muy bonito en este lugar.
Nosotros podemos traer al mejor de los predicadores de afuera.
Nosotros podemos hacer muchas cosas externas para el Señor.
Pero la única manera de que nosotros le seamos por pueblo, por renombre, por alabanza y por gloria, es cuando estamos firmemente adheridos a El allí en la intimidad.
Cuando estamos en lo secreto, allí donde nadie nos ve, al Señor le hacemos saber que somos suyos y el Señor nos demuestra que nosotros somos de El.
La cuestión no está en saber si somos buenos en teología, o “equilibrados” (¡palabra horrible y pretenciosa!) en lo que se refiere a la manera de encarar los problemas de la vida cristiana; la cuestión está en resolver si podemos decir, sencilla y honestamente, no porque pensemos que somos evangélicos debemos poder decirlo sino porque se trata de la simple realidad, que hemos conocido a Dios, y que porque hemos conocido a Dios las cosas desagradables que hemos experimentado, o las cosas agradables que hemos dejado de experimentar, no nos importan por el hecho de que somos cristianos. Si realmente conoceríamos a Dios, esto es lo que diríamos, y si no lo decimos, tal cosa solo constituye una señal de que tenemos que enfrentarnos a la realidad de que hay diferencia entre conocer a Dios y el mero conocimiento acerca de Dios.
J.I. Packer, El Conocimiento del Dios Santo, Editorial Vida (2006), p.34
Esto depende de los sermones que uno oye, de los libros que lee, y de las personas con quienes se trate. En esta era analítica y tecnológica no faltan libros en las bibliotecas de las iglesias, ni sermones en el púlpito, que enseñan como orar, como testificar, como leer la Biblia, como dar el diezmo, como actuar si somos creyentes jóvenes, como actuar si somos viejos, como ser un cristiano feliz, como alcanzar consagración, como llevar hombres a Cristo, como recibir el bautismo del Espíritu Santo (o, en algunos casos, como evitarlo), como hablar en lenguas (o, también, como justificar las manifestaciones pentecostales), y en general como cumplir todos los pasos que los maestros en cuestión asocian con la idea de ser un cristiano creyente y fiel. No faltan tampoco las biografías que describen para nuestra consideración las experiencias de creyentes de otras épocas.
Aparte de otras consideraciones que puedan hacerse sobre este estado de cosas, lo cierto es que el mismo hace posible que obtengámonos un gran caudal de información de segunda mano acerca de la práctica del cristianismo. Más todavía, si nos ha tocado una buena dosis de sentido común, con frecuencia podemos emplear lo que hemos aprendido para ayudar a los más débiles en la fe, de temperamento menos estable, a afirmarse y desarrollar un sentido de proporción en relación con sus problemas, y de este modo uno puede granjearse una reputación como pastor.
Con todo, es posible tener todo esto y no obstante apenas conocer a Dios siquiera.
J.I. Packer, El Conocimiento del Dios Santo, Editorial Vida (2006), p.33
Estoy seguro de que muchos de nosotros nunca nos hemos dado cuenta de esto. Descubrimos en nosotros un profundo interés en la teología (disciplina que, desde luego, resulta sumamente fascinante; en el siglo diecisiete constituía el pasatiempo de todo hombre de bien). Leemos libros de teología y apologética. Nos aventuramos en la historia cristiana y estudiamos el credo cristiano. Aprendemos a manejar las Escrituras. Los demás sienten admiración ante nuestro interés en estas cuestiones, y pronto descubrimos que se nos pide opinión en público sobre diversas cuestiones relacionadas con lo cristiano; se nos invita a dirigir grupos de estudios, a presentar trabajos, a escribir artículos, y en general a aceptar responsabilidades, ya sea formales o informales; a actuar como maestros y árbitros de ortodoxia en nuestro propio círculo cristiano. Los amigos nos aseguran que estiman grandemente nuestra contribución, y todo esto nos lleva a seguir explorando las verdades divinas, a fin de estar en condiciones de hacerle frente a las demandas.
Todo esto es muy bello, pero el interés en la teología, el conocimiento acerca de Dios, y la capacidad de pensar con claridad y hablar bien sobre temas cristianos no tienen nada que ver con el conocimiento de Dios. Podemos saber tanto como Calvino acerca de Dios –más aun, si estudiamos diligentemente sus obras, tarde o temprano así ocurrirá- y sin embargo (a diferencia de Calvino, si se me permite), a lo mejor no conozcamos a Dios en absoluto.
J.I. Packer, El Conocimiento del Dios Santo, Editorial Vida (2006), p.32, 33
“Llegamos a conocer a Dios por mérito de Jesucristo el Señor, en virtud de su cruz y de su mediación, sobre el fundamento de sus promesas, por el poder del Espíritu Santo, mediante el ejercicio personal de la fe.”
J.I. Packer, El Conocimiento del Dios Santo, Editorial Vida (2006), p.32
Si buscamos el conocimiento teológico por lo que es en sí mismo, terminará por resultarnos contraproducente. Nos hará orgullosos y engreídos. La misma grandeza del tema nos intoxicará y tenderemos a sentirnos superiores a los demás cristianos debido al interés que hemos demostrado en él y a nuestra comprensión del mismo; tenderemos a despreciar a las personas cuyas ideas teológicas nos parezcan toscas e inadecuadas, y a despacharlas como elementos de muy poco valor. Porque como les dijo a Pablo a los ensoberbecidos corintios: “El conocimiento envanece… si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo” (1 Corintios 8:1s).
Si adquirir conocimientos teológicos es un fin en sí mismo, si estudiar la Biblia no representa un motivo más elevado que el deseo de saber todas las respuestas, entonces nos veremos encaminados directamente a un estado de engreimiento y autoengaño. Debemos cuidar nuestro corazón a fin de no abrigar una actitud semejante, y orar para que ello no ocurra. Como ya hemos visto, no puede haber salud espiritual sin conocimiento doctrinal; pero también es cierto que no puede haber salud espiritual con dicho conocimiento si se le procura con fines errados y se lo estima con valores equivocados. En esta forma el estudio doctrinal puede realmente tornarse peligroso para la vida espiritual, y nosotros hoy en día, en igual medida que los corintios de la antigüedad, tenemos que estar en guardia a fin de evitar dicho peligro.
J.I. Packer, El Conocimiento del Dios Santo, Editorial Vida (2006), p.25