Reverencia ante Dios, respeto por la dignidad del deber pastoral, buen sentido, sano juicio, una manera de pensar clara y profunda, amor por la lectura, dedicación diligente al estudio y la meditación. Una buena memoria, un buen dominio de las palabras, saber cómo piensa la sociedad. Todas estas características son esenciales. Es necesario un talento poco común y mucho esfuerzo para explicar los pasajes oscuros de la Escritura, así como para resolver las complicadas aplicaciones de la Palabra a las vidas y para defender la verdad en contra de sus opositores, todos estos son deberes que están en el corazón de la vida y el ministerio del predicador.
Una cantidad mínima de conocimiento y habilidad jamás capacitarán al predicador para enseñar doctrina, exponer las cosas profundas de Dios, convencer la mente terca, capturar los afectos y la voluntad o iluminar las realidades oscuras para eliminar las sombras de confusión, ignorancia, las objeciones, el prejuicio, la tentación y el engaño.
Pero por encima de todo, y a través de todo, el predicador debe ser hábil en el uso de la Palabra para detectar los errores de aquellos que le escuchan, para liberar hombres de sus fortalezas de ignorancia, convencer sus conciencias, tapar sus bocas y cumplir su responsabilidad de proclamar todo el consejo de Dios. La Palabra es la única arma del predicador, la poderosa espada de doble filo que es la única que corta hasta lo más profundo del alma y el espíritu.
John MacArthur, El Redescubrimiento De La Predicación Expositiva, Editorial Caribe (1996), p. 11,12
¿Qué capacita a un hombre para la labor de la Predicación?
10 de agosto de 2009
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