En la mañana de ayer, mientras buscaba un parqueo al llegar a la iglesia, fui testigo de un incidente que recordó a mi vida cuan grande han sido las misericordias Dios para con nosotros.
Un niño de algunos 3 años, estaba corriendo confiada y alegremente por la acera donde está ubicada la iglesia. Mientras corría, no se había percatado del lodo que se encontraba a apenas unos pocos metros de donde corría, y al cual se dirigía apresuradamente. Miré hacia detrás de el para ver si sus padres le acompañaban y si se habían percatado del accidente que podría suceder, pero sus padres estaban algo alejados del niño. Fue cuando en cosas de segundos, el niño entró al lodo húmedo, resbaló y cayó dentro del mismo.
Entonces el niño, luego de caer, se puso de pie y comenzó a caminar hacia sus padres con sus pantalones y sus manos todas sucias de lodo, clamando por “socorro” en su mirada, mientras les presentaba su estado a sus padres.
Cuando su padre lo vio, su reacción fue de sorpresa. Miró al niño sin expresarle una sola palabra pero mostrando en el lenguaje de su cuerpo su inconformidad y molestia con su hijo. Su madre, por su parte, se incomodó tanto que arranco bruscamente de la boca del niño el bobo que el tenía y lo tiró lejos de el como castigo. Entonces, agarró rudamente al niño de su bracito, y ambos, junto al padre, regresaron a su carro para irse nuevamente a su casa. No entraron a la iglesia.
Aparte de la indignación que este evento trajo a mí, por el abuso mostrado por parte de los padres a su hijo, sin darse cuenta de que los únicos responsables de tal suceso eran ellos mismos por permitir que su hijo de tan poca edad se fuera delante de ellos corriendo, este suceso trajo a mi memoria lo misericordioso, paciente y bondadoso que ha sido Dios con cada uno de nosotros en cada momento que hemos pecado contra EL.
A diferencia de estos padres con su hijo, para Dios no es una sorpresa cada vez que pecamos. El conoce cada evento de nuestras vidas al más mínimo detalle. Y aún así, sabiendo el lo pecadores y falibles que somos, cuando nos metemos de cabeza en el lodazal y corremos de vuelta a EL con todos nuestras ropas y manos sucias, el no nos reprende y trata de la manera que esta señora trató a su hijo, sino que por el contrario, EL escucha nuestro clamor, y como un padre amoroso, extiende sus manos y nos acepta en su regazo, a la vez de que nos perdona y nos restaura.
Ciertamente su trato de restauración en muchas ocasiones conlleva algún tipo de disciplina por parte de Dios para con nosotros, pero esta no viene como un fruto de su ira incontrolable, sino como una manera de Dios podarnos o moldearnos para que hagamos morir toda esa pecaminosidad que mora en nosotros, y creciendo en nuestra santificación, nos parezcamos cada día más a su amado hijo Jesús.
Así que la próxima vez que pequemos, debido a nuestra cabeza dura, estupidez, falta de fe, o cualquier otra injustificada razón, y nos metamos de cabeza en ese hoyo lleno de lodo en el cual sabemos encontrarnos en ciertos momentos, no perdamos ni un segundo de tiempo y corramos rápidamente a nuestro Padre amado para que encontremos el oportuno socorro y la misericordia que tanto necesitamos, sabiendo que no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado.
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna.”
Hebreos 4:15-16
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