La santidad implica, entre otras cosas, adquirir nuevos hábitos, romper con las malas costumbres, resistir a las tentaciones y controlarse cuando uno es provocado. Nadie ha logrado nunca hacer ninguna de estas cosas sin esfuerzo ni conflicto.
¿Cómo adquirimos esos hábitos a semejanza de Cristo que Pablo llama el fruto del Espíritu? Poniéndonos a hacer deliberadamente lo que Jesús haría en cada situación: “El que siembra actos recoge hábitos, y el que siempre hábitos recoge carácter”. Esto puede parece muy sencillo, pero en la práctica no resulta así: la prueba, naturalmente, surge cuando una situación nos provoca a saltar con algún impío golpe por golpe.
Deberíamos elaborar nuestra estrategia de comportamiento teniendo en cuenta específicamente tales situaciones. Así, deberíamos pensar en:
El amor como la reacción según Cristo a la malicia de la gente; El gozo como la reacción según Cristo para las circunstancias deprimentes; La paz como la reacción según Cristo ante las dificultades, amenazas e invitaciones a la ansiedad; La paciencia como la reacción según Cristo para todo lo que resulta irritante; La benignidad como la reacción según Cristo a todos aquellos que son rudos; La bondad como la reacción según Cristo a toda mala gente y todo mal comportamiento; La fidelidad y la mansedumbre como las reacciones según Cristo ante las mentiras y la furia; y El dominio propio como la reacción según Cristo para cada situación que nos incita a perder la serenidad y a repartir golpes.
J.I. Packer, El Renacer de la Santidad, Editorial Caribe (1995), p.174
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