Hay un mundo de diferencia entre las motivaciones del legalismo y las de la disciplina. El legalismo dice: “Voy a hacerlo para conseguir méritos delante de Dios”; mientras que la disciplina expresa: “Lo hago porque amo a Dios y quiero agradarle”. El legalismo se centra en el hombre, la disciplina en Dios.
J.I. Packer, El Renacer de la Santidad, Editorial Caribe (1995), p.113
Por John Piper. © Desiring God.
Después de resucitar de entre los muertos Jesús le preguntó tres veces a Pedro si él lo amaba. En las tres ocasiones Pedro le contestó que sí. Jesús entonces le dijo a Pedro cómo sería su muerte – aparentemente crucificado. Pedro tuvo curiosidad de cómo le iría a Juan. Asi que le preguntó a Jesús, “¿Y qué con éste hombre?” Jesús no le hizo caso a la pregunta y dijo: “¿A ti qué? ¡Tú sígueme!” Aquí está el intercambio en su totalidad:
“En verdad, en verdad te digo: cuando eras más joven te vestías y andabas por donde querías; pero cuando seas viejo extenderás las manos y otro te vestirá, y te llevará adonde no quieras. Esto dijo, dando a entender la clase de muerte con que Pedro glorificaría a Dios. Y habiendo dicho esto, le dijo: Sígueme. Pedro, volviéndose, vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el que en la cena se había recostado sobre el pecho de Jesús y había dicho: Señor, ¿quién es el que te va a entregar? Entonces Pedro, al verlo, dijo a Jesús: Señor, ¿y éste, qué? Jesús le dijo: Si yo quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿a ti, qué? Tú, sígueme!” (Juan 21:18-22)
Las palabras abruptas de Jesús - “¡No es asunto tuyo, sígueme!” – son música a mis oídos. Ellas me liberan del lazo deprimente de la comparación funesta. A veces, cuando escanéo los anuncios de 'Christianity Today' (todos los diez mil), me desanimo. No tanto como lo hacía hace veinticinco años, pero aún encuentro agobiante la avalancha de sugerencias ministeriales.
Libro tras libro, conferencia tras conferencia, DVD tras DVD, - diciéndome cómo tener éxito en el ministerio. Y todos dándome sutilmente el mensaje de que no lo estoy haciendo bien. La adoración podría ser mejor. La predicación podría ser mejor. La evangelización podría ser mejor. La asistencia pastoral podría ser mejor. El ministerio juvenil podría ser mejor. Las misiones podrían ser mejor. !Esto es lo que funciona! !Compra esto! !Ve aquí! !Hazlo de esta manera! Y para añadir leña al fuego, !algunos de esos libros y conferencias son míos!
Así que me sentí alentado por las palabras abruptas de Jesús hacia mí (y hacia ti): "¿Y a ti qué? ¡Tú sígueme!" Pedro acababa de escuchar una palabra muy fuerte: Tú morirás - con mucho dolor. Y su primer pensamiento fue la comparación. ¿Y qué con Juan? Si yo tengo que sufrir, ¿sufrirá él también? Si mi ministerio va a terminar de esa forma, ¿cómo terminará el suyo? Si no llego a vivir una larga vida de ministerio fructífero, ¿llegará a hacerlo él?
De esa forma pensamos como pecadores. Comparar. Comparar. Comparar. Ansiamos saber en dónde estamos en comparación con otros. Hay algo de orgullo si podemos encontrar a alguien que sea menos efectivo que nosotros. ¡Ay! Aún recuerdo la pequeña nota que me dejó mi Asistente Residente en Elliot Hall durante mi último año en Wheaton: “Amar es dejar de comparar.” ¿Qué tiene que ver eso contigo, Piper? ¡Sígueme!
- ¿A ti qué te importa que David Wells tenga tan amplio conocimiento de los efectos dominantes del postmodernismo? ¡Tú sígueme!
- ¿A ti qué te importa que Voddie Baucham recite el Evangelio tan poderosamente sin usar notas? ¡Tú sígueme!
- ¿A ti qué te importa que Tim Keller vea tan claramente las conexiones entre el Evangelio y la vida profesional? ¡Tú sígueme!
- ¿A ti qué te importa que Mark Driscoll sepa al dedillo el lenguaje y la locura de la cultura pop? ¡Tú sígueme!
- ¿A ti qué te importa que Don Carson lea quinientos libros al año y combine la perspicacia pastoral con la profundidad y exhaustividad de un erudito? ¡Tú sígueme!
Esa palabra causó en mí gran regocijo. Jesús no me juzga por mi superioridad o inferioridad respecto a otras personas. Ningún predicador. Ninguna iglesia. Ningún ministerio. Esos no son los estándares. Jesús tiene un trabajo para que yo haga (y uno diferente para ti). No es lo que le ha dado a otros a hacer. Hay gracia en hacerlo. ¿Confiaré en El por esa gracia y haré lo que me ha sido dado a hacer? Esa es la pregunta. ¡Oh! ¡La libertad que llega cuando Jesús nos fortalece!
Espero que encuentres el ánimo y la libertad hoy, cuando escuches a Jesús decir a todas tus comparaciones: ¿A ti qué? ¡Tú sígueme!
Mientras escribo estas palabras, no sé cuánto tiempo de vida me queda.
Pudiesen ser segundos, minutos, horas, días, semanas, meses o años.
Pero lo que si se es que cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada semana, cada mes y cada año que me resta por vivir, debo vivirlo para Dios, de tal manera que, cuando llegue al cielo y este delante de su presencia, yo pueda saber con certeza que viví al máximo para que su propósito pudiese ser realizado en mi vida.
Y de este modo, cuando la hora de mi partida se acerque, yo pueda estar completamente agradecido a mi Dios por la oportunidad que me dio de conocerle y servirle en este mundo, sin importar la hora, el día o la forma en que el decida llevarme a mi hogar celestial.
“Pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos.”
Romanos 14:8
Esta es la respuesta que le dio Susana Wesley a su hijo John Wesley, cuando este le hizo dicha pregunta:
“Cualquier cosa que debilite tu razón, que afecte la amistad con tu conciencia, que oscurezca tu percepción de Dios, o quite tu deleite en las cosas espirituales, en resumen, cualquier cosa que incremente la fuerza y la autoridad de tu carne sobre el espíritu, eso es pecado para ti, independientemente de que cuan bueno parezca.”
Carta: Junio 8, 1725
Excelente sermón predicado por el pastor Héctor Salcedo de la Iglesia Bautista Internacional el pasado 22 de Marzo del 2009.
El texto base es Hebreos 12:1-4, y el sermón puede ser descargado aquí.
A continuación un extracto del mensaje.
Hay una carrera que correr en pos de mi santidad.
Hay una carne que vencer, una sociedad que enfrentar, una familia que levantar y una vida que vivir de tal manera que honre a Dios en cada aspecto.
Hay una carrera que correr que requiere intensidad, entrega, disciplina y determinación […]
¿Cuándo se va a acabar la carrera?
¿Cuándo se va a acabar la agonía?
¿Cuándo se va a acabar la intensidad con la que tenemos que hacerle frente al pecado en nosotros y al pecado fuera de nosotros?
Cuando nos muramos. Entonces entraremos en gloria y en el descanso de aquellos que Dios ha redimido.
Pero mientras tanto, hay una intensidad, y una disciplina, y una determinación, y una persistencia que se requiere de cada uno de nosotros en cada uno de los aspectos de nuestra vida. De lo contrario no estamos corriendo la carrera […]
La carrera que tenemos por delante es mi carrera por la santidad. Por obtener la imagen de Jesucristo en nosotros.
Ese es el objetivo último de mi carrera.
El mundo secular no comprende nunca los motivos cristianos. Al enfrentarse a la pregunta de qué es lo que mueve a los creyentes, los inconversos sostienen que el cristianismo se practica solo por interés: creen que los cristianos temen a las consecuencias de no serlo (la religión como un seguro contra el fuego), o que se sienten necesitados de ayuda y apoyo para alcanzar sus objetivos (la religión como muleta), o que desean mantener una identidad social (la religión como distintivo de respetabilidad).
Ciertamente todas esas motivaciones pueden encontrarse entre los miembros de las iglesias – sería inútil discutirlo –, pero al igual que no por meter un caballo en una casa se le convierte en una persona, tampoco los motivas interesados llegan a ser cristianos por el hecho de meterlos en la iglesia; ni llegará a ser jamás la santidad el nombre adecuado para las rutinas religiosas así motivadas.
Por el plan de salvación se que la verdadera fuerza impulsora de una autentica vida cristiana es, y debe ser, no la expectativa de sacar provecho, sino un corazón agradecido.
El plan de salvación me enseña, no meramente que jamás podré hacer nada para ganar, aumentar o ampliar el favor de Dios hacia mí, ni para evitar el furor justificado de su ira, ni para obtener de El ventajas mediantes halagos, sino también que nunca me será necesario intentar ninguna de tales cosas. Dios mismo me ha amado desde la eternidad, redimido del infierno mediante la cruz, renovado mi corazón y traído a la fe; se ha comprometido soberanamente en este tiempo a completar mi transformación a la imagen de Cristo y a colocarme, sin mancha y glorificado, en su propia esencia por toda la eternidad.
J.I. Packer, El Renacer de la Santidad, Editorial Caribe (1995), p.73
Sermón predicado por el pastor Miguel Núñez de la Iglesia Bautista Internacional el pasado 15 de Marzo del año 2009.
El texto base es Esdras 8 y el sermón puede ser descargado aquí.
A continuación un extracto del mensaje:
Ayer escuchábamos un corto de una historia que Ravi Zacharias contaba de cuando John Wesley le preguntó a su madre:
- Mamá, ¿Qué es el pecado?
- Hijo, el pecado es, todo lo que aumenta el poder y la autoridad de tu carne sobre tu espíritu, independientemente de cuan bueno sea.
Eso debe terminar para siempre con la pregunta de: ¿Y qué tiene de malo…?
Lo que tiene de malo es que no fortalece mi espíritu sobre mi carne, y ya eso es razón suficiente para que sea pecaminoso ante Dios, sin importar lo bueno que sea.
Y Gálatas lo dice: “Los deseos de la carne (todos), están contra el espíritu. Y los deseos del espíritu (todos), están contra la carne. “
No hay zona gris.
Es blanco, o negro.
Nosotros caminamos en la zona gris que pintamos, y aunque yo lo ha hecho también, y aunque yo lo haga mañana, Dios tiene una opinión y nunca es gris.
A continuación 11 excelentes consejos de Luis Palau para los que no tienen empleo.
Este artículo ha sido tomado con permiso del Consejero Bíblico.
Cinco años antes de tu fiesta de despedida, tu supervisor te entrega una boleta rosa, sin disculpas ni explicaciones. De pronto tu futuro dorado se desploma y se hace polvo.
Se pueden ver escenas así aunque la economía de un país bombee a alta velocidad. El desempleo puede atacar de repente, sin previo aviso. En el transcurso de las semanas pasadas, otros dos gigantes industriales anunciaron la reducción de miles de empleos. ¿Quién hubiera imaginado que estas compañías se verían forzadas a anunciar una reducción de personal de tales dimensiones? Sin embargo, sucede a cada momento. Un ejemplo contemporaneo es lo que sucede en Argentina donde más de 20% se han quedado sin empleo.
Perder el trabajo en forma inesperada le puede pasar a cualquiera en un momento inesperado. Un amigo había trabajado veinticinco años en una compañía cuando se enteró de que sus servicios ya no eran necesarios.
Otro, presidente de una compañía importante, perdió su trabajo cuando decidió reducir las ganancias de la compañía para salvar los puestos de siete mil empleados. La junta de directores lo despidió por sus esfuerzos y le quitó la pensión que esperaba recibir.
A menudo me encuentro con hombres desempleados de más de cuarenta años que pierden la esperanza de alguna vez hallar trabajo. Otros hombres y mujeres pierden sus trabajos cuando las economías locales cambian de una industria predominante a otra, o a ninguna.
Cuando un hombre que ha trabajado en los aserraderos desde la escuela secundaria de repente se encuentra con que ya no hay trabajo, no puede simplemente pasarse a la informática. Son tiempos de desesperación.
Varios años atrás, me encontraba en una serie de reuniones en Escocia, y la BBC me desafió acerca del cuadro local de desempleo (era de 24%).
Su desafío me obligó a considerar qué les diría a hombres y mujeres a quienes el desempleo los llevó a la desesperación. Mi mente se remontó varias décadas atrás a mi propia experiencia después de la muerte de mi padre. Mi mamá, mis hermanas y yo vivíamos de mi pobre salario. Pero durante un paro de noventa días no tuve trabajo. Los sindicatos no nos dieron ni un centavo y esos tres meses me enseñaron mucho acerca del desempleo y la pobreza. ¿Qué hicimos entonces? Los siguientes nueve principios reflejan no solo lo que hice sino lo que ahora pienso que debí haber hecho.
Nueve principios para los desempleados
1. Primero, pon tu confianza en Dios.
Si ya has depositado tu confianza en Dios al poner tu fe en la muerte y resurrección de Jesucristo, ¡fantástico! Si no es así, pregúntate: «¿Qué está tratando de hacer Dios en mi vida en medio de mi desempleo? ¿Y cómo quiere que reaccione?»
La Biblia dice: «Confía en el SEÑOR de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas» (Proverbios 3:5-6).
2. No culpes a otros por tu desempleo; tómalo como algo de Dios mismo.
Un seguidor de Jesús genuino que de repente queda «reestructurado», suspendido o despedido debería considerar ese incidente como proveniente de Dios y no de una tercera persona. Olvídense de los intermediarios. Terceras partes pueden tener responsabilidad pero que les echen la culpa es un error fútil que produce amargura.
En cambio, es imperioso considerar sus circunstancias como provenientes de la mano de Dios mismo. Observa que no dije «échenle la culpa a Dios» sino «acepten su situación como si viniera de Dios». Hay una gran diferencia.
Este patrón lo vemos varias veces en los Salmos. Los hombres fieles pueden sufrir el ataque de sus enemigos o el embate de los elementos naturales pero la constante es que ven a Dios como el soberano del universo que permitió que esas pruebas se cruzaran en su camino. «Nos hiciste retroceder ante el enemigo; nos han saqueado nuestros adversarios», clama el salmista. «Cual si fuéramos ovejas nos has entregado para que nos devoren, nos has dispersado entre las naciones. Has vendido a tu pueblo muy barato, y nada has ganado con su venta ... Todo esto nos ha sucedido, a pesar de que nunca te olvidamos ni faltamos jamás a tu pacto» (Salmo 44:10-12,17). «Has sometido a tu pueblo a duras pruebas; nos diste a beber un vino embriagador», escribe (Salmo 60:3). «Tú, oh Dios, nos has puesto a prueba; nos has purificado como a la plata», declara (Salmo 66:10). «Me has echado en el foso más profundo, en el más tenebroso de los abismos», le dice a Dios. «El peso de tu enojo ha recaído sobre mí; me has abrumado con tus olas» (Salmo 88:6-7).
Amós, profeta del Antiguo Testamento, sigue un razonamiento similar cuando escribe: «¿Ocurrirá en la ciudad alguna desgracia que el SEÑOR no haya provocado?» (Amós 3:6). El patrón continúa en el Nuevo Testamento. «Lo que soportan es para su disciplina», nos anima el autor de Hebreos, «pues Dios los está tratando como a hijos. ¿Qué hijo hay a quien el padre no disciplina? Si a ustedes se les deja sin la disciplina que todos reciben, entonces son bastardos y no hijos legítimos ... pero Dios lo hace para nuestro bien, a fin de que participemos de su santidad» (Hebreos 12:7-8,10).
No pierdas el tiempo culpando a los intermediarios por estar sin trabajo. Algún superior puede tener la responsabilidad de tu apuro pero si eres un creyente en Cristo, no te sucede nada que no pase primero por las manos de Dios. No importa cuál sea la prueba; considérala parte de su disciplina para ayudarte a ser más como Jesucristo.
3. Trata de hallar el propósito de Dios para tu falta de trabajo.
«Gloria de Dios es ocultar un asunto, y gloria de los reyes el investigarlo», dice Proverbios 25:2 y según el Nuevo Testamento, los creyentes son reyes y sacerdotes. Por lo tanto es nuestra «gloria» tratar de entender lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. Todos ansiamos una respuesta racional a nuestras circunstancias y dado que sabemos que Dios no es irracional, creemos que nuestras experiencias en la vida tienen algún significado. Queremos entenderlas si podemos.
Estoy seguro de que uno de los héroes del Antiguo Testamento pasó mucho tiempo «investigando» la razón que estaba detrás de todas las penurias brutales de su vida. La historia de José ocupa casi un tercio del libro de Génesis, lo cual indica que es de gran importancia. Los capítulos del 37 al 50 describen una familia en la que un cóctel mortal de celos, amargura y enojo finalmente llega al punto de ebullición y termina en traición y por poco en homicidio. Los hermanos de José lo venden como esclavo y durante varios años le sobreviene una calamidad tras otra. Lo acusan falsamente de violación y lo meten preso injustamente, donde languidece por un tiempo.
José debe haber pensado: Dios ¿qué estás haciendo? ¿Por qué me abandonaste? ¿Qué te traes entre manos? Para los espectadores sin duda Dios había abandonado a José, se había olvidado de él, lo había desechado. Sin embargo, a su tiempo, el Señor usó las circunstancias adversas de este joven para un gran propósito. El propio José finalmente llegó a verlo después de que Dios lo elevó al poder en la tierra de su cautiverio. Cuando sus hermanos traicioneros (y temerosos) volvieron a él años después, les dijo: «Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien» (Génesis 50:20). El salmista nos ofrece una reflexión más profunda acerca de los propósitos de Dios cuando escribe: «Pero envió delante de ellos a un hombre: a José, vendido como esclavo. Le sujetaron los pies con grilletes, entre hierros le aprisionaron el cuello hasta que se cumplió lo que él predijo y la palabra del SEÑOR probó que él era veraz» (Salmo 105:17-19).
Dios puede estar haciendo muchas cosas en nuestra vida al permitir que perdamos un trabajo. Pero una cosa es segura: como un padre con su hijo, Dios está moldeando nuestro carácter. Entonces tenemos que preguntarnos: «¿Qué parte de mi carácter necesita trabajo?»
Los que sirven al Señor Jesucristo pueden descansar en la seguridad de que Dios nunca va a malgastar sus sufrimientos ni permitir que sufran sin sentido alguno. Creo que hay un propósito detrás de todo lo que toca nuestras vidas y nuestra tarea es hallar ese propósito en lo posible. Si de repente nos despiden, podemos decir: «Creía que era un buen trabajo pero Dios sabe lo que más conviene. Debe haber algo mejor para que yo haga en vez de trabajar para esta compañía. Ahora debo descubrirlo».
¿Recuerdas a mi amigo que perdió su puesto después de trabajar veinticinco años para la compañía? Dios tenía un mejor propósito para él: un ministerio fabuloso que jamás había previsto. Un día la iglesia le propuso un puesto para trabajar con los ancianos. La iglesia nunca pensó proponérselo cuando él tenía un «puesto importante» pero ese parecía ser el momento justo. ¡Y lo era! Sintió que había llegado al cielo cuando la iglesia le abrió las puertas para ministrarle a los ancianos. Nunca había vislumbrado una carrera tan placentera cuando dejó el mundo de los negocios a los cincuenta y tres años.
Muchos años atrás, antes de fundar la Asociación Evangelística Luis Palau, a mí también me despidieron. Gracias a Dios, para ese entonces ya había aprendido estos principios y de inmediato traté de ponerlos en práctica. Durante casi tres meses, a menudo me sentaba en una mecedora tratando de resolver: ¿Por qué Dios permitió que pasara esto? Tiene que haber una razón. Mientras tanto tuve que seguir adelante, e íbamos dando tumbos de un lado a otro tratando de construir el equipo desde cero. Pero seguía pensando: Dios está tratando conmigo y con mi alma en medio de todo esto. Está tratando de enseñarme algo que no hubiera aprendido de ninguna otra manera. Él no lo haría simplemente porque le dio la gana. Él no estaba mirando para otro lado cuando esto sucedió. Creo que Dios tiene un propósito y tengo que saber cuál es.
Esa experiencia no solo condujo a la creación de nuestro equipo sino que también hizo que me diera cuenta de que tenía que caminar más humilde con mi Dios. Me sacudió y demolió todo orgullo por mis habilidades, mi gracia o mi capacidad para ganarme a la gente. Dios sí tenía un propósito en lo que permitió que sucediera... y él quería que lo descubriera.
4. Pasa tiempo a solas con Dios.
Muchos de nosotros decimos que no tenemos tiempo para orar; pero el desempleo lo cambia todo. De pronto tenemos todo el tiempo del mundo.
Si estás sin trabajo, te recomiendo que dividas tu día en distintos segmentos. En el primer segmento, pasa dos horas a solas con Dios de rodillas. Lee y estudia su Palabra, ora y alábale. Recuerda lo que el apóstol Pablo decía acerca de la Escritura: «De hecho, todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza» (Romanos 15:4).
Emplea ese tiempo para desarrollar un corazón para Dios, para nutrir una relación tierna y sensible con Él. El sufrimiento puede amargarte y alejarte de Dios o acercarte a Él y permitirte entender mejor su mente y su corazón. Así que escucha a Dios y si es necesario, llega al exceso con la Biblia, la oración, un cuaderno y nada más. Desecha todos los demás libros (incluso este) y propónte pasar tiempo a solas con Dios. Dile: «Señor, creo que tienes un propósito para mí. Dime cuál es. ¿Qué debo aprender de todo esto? ¿Qué estás tratando de enseñarme? Estoy atento; la antena está lo más alto posible».
Este no es el momento de protestar contra Dios. Los tiempos de crisis deberían ponernos de cara al piso y movernos a confesar: «Señor, aquí hay algo que aprender, estoy escuchando con atención. Soy un esclavo humilde. Quiero aprender todo lo que necesito porque no quiero pasar de nuevo por esto». En vez de quejarte, discutir o protestar, cierra la boca. Como dijo David: «Vigilaré mi conducta, me abstendré de pecar con la lengua, me pondré una mordaza en la boca» (Salmo 39:1).
Al pasar tiempo a solas con Dios a través de su Palabra, mantén tu corazón abierto y deja que el Espíritu Santo te señale los ámbitos que necesitan trabajo o los nuevos rumbos que quiera que tomes. Ante todo, manténte abierto a las «cosas nuevas» que él quiera que hagas en tu vida. El no hacerlo puede dar por resultado largos años de tristeza y de dolor innecesario.
Un hombre construyó un estilo de vida acomodado para él y para su familia trabajando un territorio de ventas rentable de tres provincias. Era dueño de varios automóviles de lujo y de un avión privado. Al tiempo comenzó a considerar el territorio como de su propiedad y a ser negligente con su trabajo. Su esposa le advertía: «Te estás volviendo descuidado, no le estás dando seguimiento a las llamadas». Pero él no le hacía caso.
Un día la compañía se vendió y el nuevo supervisor del hombre lo citó en el aeropuerto para una reunión de veinte minutos mientras esperaba su siguiente vuelo. «Estás acabado», le dijo sin ceremonias. «No hay lugar a protestas. No has cumplido con las expectativas, ni has ampliado tu territorio y tus ventas tampoco subieron. Terminaste y ya le di tu trabajo a otro.»
El hombre se amargó tanto por su despido y se volvió tan melancólico que su esposa temía que se quitara la vida. Se rehusó a buscar trabajo y comenzó a gastar las reservas y las inversiones. Su esposa tomó un trabajo de baja remuneración y finalmente él comenzó a trabajar como administrador de una pequeña organización. Su espíritu amargado y enojado aun se dejaba entrever y una nube negra lo seguía a todas partes. De nuevo se volvió descuidado en este trabajo y también lo despidieron.
El segundo despido lo amargó tanto que se alejó de la iglesia y prácticamente se olvidó de Dios y del cristianismo. En vez de aprender una lección, humillarse y decir: «Señor, ¿qué estás tratando de enseñarme?» se enojó, y la amargura saltaba de su boca. Antiguos amigos ya no querían hablarle; de todos modos no los escuchaba.
Este hombre se rehusó a descubrir y a aplicar los principios de Dios. En veinte años no aprendió nada y en realidad retrocedió. Es una lección sobre lo negativo que ilustra lo que puede suceder si elegimos ser tercos.
5. Pasa tiempo con tu familia.
Siempre nos quejamos de no tener suficiente tiempo para la familia. El período de desempleo es una etapa única que quizá nunca vuelva a suceder. El el momento de hacer con la familia todo lo que has anhelado hacer pero por factor tiempo no has cumplido. Sugiero que pases por lo menos dos horas con tu querida esposa y tus hijos.
Para animarte dejame citar Deuteronomio 6:4-8: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca; 9 escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades».
6. Trabaja de voluntario en la iglesia o en una organización de servicio.
Dedica dos horas de tu día a trabajar como voluntario en tu iglesia o en una organización de servicio a la comunidad. Averigua quién necesita ayuda con la casa o con el jardín o un trabajo de pintura o reparaciones eléctricas. Las viudas y los ancianos siempre necesitan una mano amiga; ¿por qué no se le das?
Cultiva una actitud de siervo y busca formas de ayudar a otros. Como dijo el apóstol Pablo: «Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo» (Gálatas 6:2) y «En efecto, al recibir esta demostración de servicio, ellos alabarán a Dios por la obediencia con que ustedes acompañan la confesión del evangelio de Cristo, y por su generosa solidaridad con ellos y con todos» (2 Corintios 9:13).
¡No dejes de trabajar solo porque no te pagan!
7. Busca trabajo.
Dedica dos horas al día buscando empleo. Hay que poner tu currículum vitae al día y en una forma profesionalmente presentable. Luego anda y busque trabajo. Con toda seguridad tienes contactos con parientes, amistades y miembros de la iglesia. Además siempre hay empresas buscando empleados en los diarios.
8. Únete a un equipo para evangelizar a tu comunidad.
En vez de sentarte en tu casa esperando que te llame un posible empleador, ¿por qué no empleas parte de tu tiempo para llevarles el evangelio a los que todavía no conocen a Cristo? Reúne un equipo de tu iglesia y planeen una estrategia para evangelizar su comunidad. Si es verano, desarrollen un club de Biblia en el patio de una casa y presénteles a Jesús a los niños del barrio. Tu iglesia puede ayudarte a conseguir los materiales necesarios. Un organiza un torneo de baloncesto de tres contra tres. O propón una fiesta en la calle para la gente del barrio. Emplea tu tiempo con creatividad para llevar las Buenas Noticias de Jesucristo a los hombres, mujeres, niños y niñas de tu manzana que todavía no han hecho un compromiso de fe con el Señor.
No pierdas el tiempo; ¡úsalo en una forma creativa para el reino de Dios!
9. Comienza un nuevo negocio.
Si pasas dos horas de rodillas con Dios y cuatro más con ahínco para ayudar a otros, te recomiendo que también pases otras cuatro horas por día buscando trabajo o planeando un nuevo negocio.
Hazte una evaluación sincera. ¿Qué tipo de retiro necesitas? ¿En qué eres bueno? ¿Qué es lo que te gusta? ¿Qué necesidades sin cubrir ves a tu alrededor? ¿Con quién puedes hablar que te dé ideas creativas?
Si me hallara sin trabajo, estoy muy seguro de que reuniría dos o tres personas más y les diría: «Comencemos algo nuevo. ¿Qué recursos tenemos? ¿Qué necesita la gente? ¿Cómo podemos suplir esa necesidad?» Adelante. Tú también puedes hacerlo.
10. Planta algo y cultívalo.
Si tienes una parcela de tierra, no importa cuán pequeña sea, planta algo: ya sean tomates, lechuga, papa, frijoles, etc. Si no tienes un pedazo de tierra pídelo prestado. Muchas personas estarían dispuestas a permitirte usar una parcela si tan solo le explicas tus motivos. Diles: «Mire, estoy sin trabajo. Quiero plantar algunos vegetales. ¿Podría usar una esquina de su parcela?»
En Suiza, el país más rico del mundo en ingresos per capita, prácticamente cada pedazo de tierra que no está reservado para caminar o para la vida silvestre está cultivado. En todos lados se ven pequeñas parcelas de seis por seis en las que alguien ha sembrado algo. La mayoría de los suizos no lo necesitan (tienen más dinero para guardar que nadie en el mundo) pero si los ricos pueden hacerlo, ¿por qué los pobres no? Busca una parcela abierta y cultiva algo. Y en poco tiempo no solo tendrás algo para comer sino la satisfacción que solo conocen los granjeros.
11. Ni se te ocurra ir de bar en bar ni apostar ni salir de parranda.
En Belfast, Irlanda, muchos años atrás estaba visitando la casa de una señora cuyo esposo y su hijo estaban sin trabajo. Cuando el padre apareció, lo saludé y hablamos un rato. Se quejaba de que tenía que vivir de la pensión de desempleo y refunfuñaba que el estipendio del gobierno era muy poco para su familia. Luego desapareció. Al poco rato volvió vestido de punta en blanco.
—Hasta luego —saludó.
—¿Adónde vas? —le pregunté.
—Me voy al hipódromo —respondió. ¡Lo poco que tenía lo iba a gastar en los caballos!
Mucha gente hace eso. En vez invertir su dinero en forma creativa, lo malgastan en apuestas. Otros van a los bares y se sientan allí durante horas, ahogando sus penas en alcohol y finalmente salen más pobres de lo que entraron.
El desempleo no es divertido pero no tienes por qué empeorar la situación malgastando tus recursos limitados en apuestas, bebidas y juergas. Recuerda lo que escribió el apóstol Pedro: «Pues ya basta con el tiempo que han desperdiciado haciendo lo que agrada a los incrédulos, entregados al desenfreno, a las pasiones, a las borracheras, a las orgías, a las parrandas y a las idolatrías abominables. A ellos les parece extraño que ustedes ya no corran con ellos en ese mismo desbordamiento de inmoralidad, y por eso los insultan. Pero ellos tendrán que rendirle cuentas a aquel que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos» (1 Pedro 4:3-5).
Un día deberemos comparecer ante el tribunal de Cristo y él estará interesado en ver qué hicimos con nuestro tiempo y con nuestros recursos. Emplea tu tiempo con sabiduría durante esta temporada de desempleo para que puedas presentar un buen informe.
Por lo que respecta a la trama de la expiación por nuestros pecados, y el consiguiente perdón y justificación de nuestras personas, la obra es entera y exclusivamente de Dios. Cuando nos confesamos pecadores perdidos y confiamos en Cristo para que nos salve, estamos reconociendo con esa acción que no aportamos nada a nuestra nueva relación con Dios, salvo la necesidad que tenemos de ella, y esa es la pura verdad. Entramos en el favor del Señor, no pagando el precio del mismo, sino aceptando el regalo divino de una amnistía comprada con sangre.
Sin embargo, en el caso de la santificación, que es la obra de Dios en nuestro interior de la cual brota nuestra propia santidad, somos llamados a cooperar activamente con El, y para hacerlo como debiéramos necesitamos tener un cierto conocimiento general de su propósito y su estrategia para nuestras vidas como un todo.
J.I. Packer, El Renacer de la Santidad, Editorial Caribe (1995), p.43
Hace muchos años, un hombre sabio me explicó que la vida cristiana es como una banqueta de tres patas, que sólo se mantiene si cada una de dichas patas está en su lugar. A esas tres patas las llamaba D (doctrina), E (experiencia) y P (práctica).
Doctrina. Se refiere a la verdad y la sabiduría que podemos recibir constantemente de Dios mediante el estudio de la Biblia, la meditación basada en ella (aclárese que no son lo mismo) y el ministerio de la Palabra bíblica.
Experiencia. Significa la polifacética comunión con Dios a la cual conducen la verdad y la sabiduría divinas cuando las aplicamos a nuestras vidas: la fe, el arrepentimiento, el sentimiento renovado de pecado, el gozo restaurado de la salvación, la congoja por nuestro fracaso reiterado en cuanto a ser todo aquello que quisiéramos ser por Cristo, la tristeza que sentimos ante las necesidades y la aflicción de los demás mientras oramos por ellos, así como nuestro deleite cuando otros son bendecidos. E incluye asimismo: los momentos de firme seguridad y vehemente deseo del cielo, las nuevas lecciones aprendidas acerca de la operación de Dios por medio del dolor y la angustia del sufrimiento, el miedo de llegar a ser, después de todo, un hipócrita inconverso, la conciencia más profunda de la realidad de Dios que produce el intercambio sincero con otro creyente, la vívida sensación de la proximidad de Cristo que obtenemos a través de la alabanza colectiva y, particularmente, de una seria participación de la Santa Cena, etcétera…
Práctica. Implica una dedicación vigorosa a obedecer la verdad y seguir la senda de la sabiduría en las relaciones personales, la administración diaria de la propia vida, la participación en la vida familiar, el compromiso con la iglesia, el papel que desempeña en la comunidad, el trabajo con el que se gana la vida, etcétera…
La enseñanza en cuestión es cierta. Un cristiano que se queda corto en D, E o P tiene ineludiblemente problemas, de uno u otro tipo. Cuando la gente ignora la verdad y la sabiduría divinas o no pone cuidado en dar a estas una expresión práctica, o cuando omite el buscar a Dios constantemente en los términos de ambas y tratar con El en funciones de ellas, la vida cristiana fracasa. La banqueta se ha desplomado y un desarrollo deforme está frustrando el plan divino de crecimiento espiritual saludable.
J.I. Packer, El Renacer de la Santidad, Editorial Caribe (1995), p.59,60
En mi visita a la cárcel del pasado sábado 7 de Marzo, las palabras de uno de los reclusos quedaron grabadas en mi mente.
Sus palabras fueron las siguientes:
- “Si le hubiera hecho caso a mi madre…”.
El recluso me decía de cómo su madre lo invitaba constantemente a visitar con ella una iglesia cristiana, mientras que el siempre rechazaba su invitación.
No obstante, un día apareció un amigo que le pregunto si quería ganarse RD$5,000.00 (US$139.00) de una manera rápida, a lo que el accedió, conllevándolo a quedar preso ese mismo día por el acto ambos trataron de realizar.
Aproveché entonces el momento para mostrarle que tan grande era la misericordia de Dios para con el, que aún habiendo el ignorado tantas veces su llamar, Dios, no obstante, hoy en día, aún continuaba tocando a la puerta de su corazón dentro de la misma cárcel.
Wow!, que misericordioso estaba siendo nuestro Dios para con el!
Ahora te pregunto a ti, mi apreciado amigo que lees estas palabras.
¿Has respondido ya al llamado del Señor? ¿O estas esperando encontrarte en una de esas situaciones en las que Dios sabe ponernos, para entonces entregar tu vida a EL?
Ojalá que un día no te encuentres en la misma situación que mi amigo preso, diciendo:
“Si le hubiera hecho caso a mi madre…”
Sermón predicado por el pastor Miguel Núñez de la Iglesia Bautista Internacional el pasado 8 de Marzo del año 2009.
El texto base es Esdras 7 y el sermón puede ser descargado aquí.
A continuación un extracto del mensaje.
…pues la mano bondadosa de su Dios estaba sobre él. Ya que Esdras había dedicado su corazón a estudiar la ley del SEÑOR, y a practicarla, y a enseñar sus estatutos y ordenanzas en Israel. (Esdras 7:9-10)
La razón por la que la gracia especial (de Dios) estaba sobre Esdras, era porque Esdras no solamente estudiaba, practicaba y enseñaba la ley de Dios, sino que también había dedicado su corazón a estas cosas.
Yo quiero preguntarte: ¿A que está dedicado tu corazón?
Porque yo puedo estudiar la Palabra, tratar de practicarla, e incluso enseñarla con un corazón que no está dedicado a esas cosas. La mente dedicada pero no el corazón. Y esto es lo que ocurre:
Cuando mi corazón no está dedicado a eso, yo puedo tratar de hacerlo con mi mente, pero como mi corazón no está dedicado a ello, la Palabra me sabe árida, seca, no me atrae, es difícil, es fría, no tengo esa pasión que veo en otros, porque el corazón no está en eso. Y ese es el problema, que a veces estamos estudiando la Palabra de Dios, con la mente que quiere practicarla, pero mi corazón está dedicado a mis éxitos personales, lo que hace que yo nunca encuentre tiempo para leer la Palabra.
A veces el corazón está dedicado a la diversión y al entretenimiento, y por tanto donde quiera que voy quiero un bochinche y una chercha. De hecho, de las mismas verdades profundas del sermón, el propio predicador del sermón ha oído tanta chercha de cosas que son profundas y que debieran estar cortando nuestro corazón.
A veces tenemos el corazón dedicado a la liviandad. Por eso disfrutamos todavía de aquellas cosas livianas y no entendemos cuando el pastor habla de aquellas cosas que ya no debieran ser parte de nuestra vida.
Otras veces mi corazón está dedicado a sacarle provecho a las circunstancias. Todo tiene que tener un beneficio. Cuando se me pide algo, solo pienso en cuanto se me va a dar, cuando me van a pagar, o que descuento recibiré.
Porque a eso es que está dedicado mi corazón…
La salvación novotestamentaria es la obra conjunta de un trío divino: un equipo compuesto por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La verdad trinitaria surge como parte de la doctrina de la salvación, y los distintos papeles que desempeñan en ella las tres Personas se exponen de la siguiente manera:
- El Padre, que lo ideó todo (Ro 8.28-30; Ef 3.9-11), envió en primer lugar a su Hijo y luego al Espíritu Santo al mundo para que llevasen a cabo sus intenciones salvadoras (Jn 3.17; 6.38-40; 14.26; 16.7-15; Ro 8.26);
- El Hijo, cuya naturaleza y cuyo gozo consisten siempre en cumplir la voluntad del Padre (Jn 4.34; 5.19; 6.38; 8.29), se hizo hombre a fin de morir por nosotros, resucitar por nosotros, reinar por nosotros y un día volver por nosotros para llevarnos al lugar de feliz descanso que Él nos ha preparado (Jn 10.14-18; 14.2; 18-23) – mientras tanto, nos comunica misericordia y ayuda desde su trono (Heb 4.14-16; 7-25) –.
- El Espíritu Santo, ejecutivo divino que no atrae la tención sobre sí mismo, que fue el artífice de la creación del mundo (Gn 1.2) y que ahora gestiona esa nueva creación (Jn 3.3-8), ha estado actuando desde Pentecostés, impartiendo a los creyentes su primer plazo de vida celestial en y con su Salvador (Ro 8.23; Ef 1:13). Además, el Espíritu está cambiando progresivamente a los cristianos a la imagen de Cristo (2 Co 3:18).
La salvación es, por tanto, la triple actividad del Dios Uno y Trino. Al igual que la honra y el amor mutuos se revelan como la ocupación de los que son Tres y Uno (Jn 3.35; 5.20; 14.31; 16.14; 17.1,4), también el amar y el honrar a la Trinidad llega a ser la vocación eterna de aquellos a quienes esta ha salvado, ¡comenzando ahora mismo! Una característica de los salvados es, entonces, que en el presente se entregan a adorar a Dios, y quieren seguir haciéndolo literalmente por siempre.
J.I. Packer, El Renacer de la Santidad, Editorial Caribe (1995), p.46,47
La salvación novotestamentaria tiene tres tiempos: pasado, presente y futuro. Es salvación:
- De la culpabilidad del pecado (aspecto pasado: el peligro de sanción ya no existe);
- De su poder (aspecto presente: el pecado no nos domina mas); y,
- En último lugar, de su presencia (aspecto futuro: algún día el pecado no será más que un mal recuerdo).
En otras palabras, la salvación es un proceso continuo que en la actualidad está incompleto. Los cristianos ya han sido salvos:
- De la ira de Dios (la retribución judicial: Ro 5:9; 1Ts 1:10);
- De la muerte eterna (Ro 6:21,23);
- Del dominio del pecado (Ro 6:14,18);
- De una vida de temor (Ro 8:15); y
- De los hábitos predominantes de impiedad e inmoralidad (Ti 2:11-3:6).
Y algún día, pasado este mundo, serán plenamente conformados a Jesús, tanto en cuerpo como en carácter moral (Flp 3:20; 1 Jn 3:2). Entonces el pecado ya no estará más en ellos.
Actualmente, sin embargo, los cristianos estamos muy conscientes de no haber alcanzado todavía ese feliz estado. Vivimos gozosamente en el favor de Dios, le servimos y le adoramos en reconocimiento a su gracia, y luchamos con el lastre del pecado que mora en nosotros mediante la energía que nos concede el Espíritu Santo residente en nuestras vidas (Ro 5:1; 12:1; 8:5-14; Ga 5:16). A menudo tenemos razones para dar gracias a Dios por las nuevas victorias conseguidas, pero al igual que Pablo anhelamos ese día en el que la guerra interna será algo del pasado (Ro 7:24ss; 8:23).
Deseamos la santidad perfecta y vamos tras ella, pero en la actualidad aquello hacia lo que nos extendemos no podemos alcanzarlo. La de Dios es una salvación del pecado: estamos en pero ella no está aún del todo en nosotros; ahora tenemos un anticipo de la misma, pero su cumplimiento sigue siendo futuro. Es ahí donde me encuentro mientras escribo estas palabras, y donde supondré que usted también se halla al leerlas. ¿Estoy en lo cierto o no?
J.I. Packer, El Renacer de la Santidad, Editorial Caribe (1995), p.44,45
Estudio bíblico impartido por el pastor Miguel Nuñez de la Iglesia Bautista Internacional sobre Romanos 9 y la Predestinación.
El audio del estudio puede ser descargado aquí.
A continuación un extracto del mensaje.
Antes de entrar a la Predestinación, un par de conceptos claves:
1. La Biblia habla de la predestinación de Dios, y no lo habla divorciada de la responsabilidad del hombre. Dios elige, pero eso no elimina la responsabilidad que el hombre tiene. ¿Donde esas dos cosas se juntan?, espere estar en gloria para conocerlo, porque eso solamente lo sabe Dios.
2. Una doctrina bíblica, como la predestinación de Dios sobre el hombre, no elimina la otra doctrina bíblica como lo es la responsabilidad del hombre. Esas dos cosas se complementan.
A Charles Spurgeon le preguntaron en una ocasión que como el trataba de reconciliar esas dos posiciones, la responsabilidad del hombre y la soberanía de Dios, y el contesto: "Yo nunca trato de reconciliar a dos amigos". En otras palabras, el nunca vio esas dos cosas como encontradas, sino que ambas pertenecen a la misma revelación de la Palabra de Dios
3. Nosotros necesitamos aceptar la revelación de Dios por lo que dice, no por lo que entendemos.
4. Cuando nosotros pensamos en Dios eligiendo a un pueblo sobre otro, o a una persona sobre otra, y decimos que eso no es justo, recuerde que usted no es el estándar de justicia. Justo no es lo que tú y yo nos sentamos a pensar y determinamos que es justo. Justo es lo que Dios determina que es justo.
Lo que Dios hace, por definición, es justo.
¿Qué es lo que los cristianos valoramos principalmente en nuestros líderes - predicadores, maestros, pastores, escritores, televangelistas, responsables máximos en los ministerios paraeclesiales, hombres con dinero que financian a las iglesias y otras empresas cristianas y demás gente con puestos claves en nuestro sistema?. La respuesta no parece ser su santidad, sino más bien sus dones, habilidades y recursos.
El número de líderes (y otros creyentes) norteamericanos que en años recientes se han hecho culpables de mentiras sexuales y financieras, y que al ser desafiados no han querido responder por ellos ante ninguna parte del cuerpo de Cristo, es alarmante. Pero más todavía lo es la forma en que, después de haber sido desenmascarados púbicamente, y de unas pocas palmadas en la muñeca, pueden pronto reemprender su ministerio y seguir adelante como si nada hubiera pasado, disponiendo aparentemente de tanto apoyo como antes.
Declarar que los cristianos creen en el perdón de los pecados y en la restauración de los pecadores no viene al caso. Lo que estoy diciendo es que la rapidez de su rehabilitación demuestra que los valoramos mas por sus dones manifiestos que por su santidad demostrada, debido a que la idea de que solo la gente santa será probablemente útil en el terreno espiritual no cobra mucha importancia en nuestras mentes.
Hace más de siglo y medio, el pastor escocés y predicador de avivamiento Robert Murray McCheyne declaró:
“La mayor necesidad que tiene mi gente es mi santidad personal”.
Parece claro que ni los ministros religiosos modernos ni sus rebaños estarían de acuerdo con la valoración de McCheyne.
En el pasado, cuando su iglesia ha nombrado algún comité para buscar su siguiente pastor, estoy seguro de que habrá trazado un perfil muy preciso de los dones requeridos, pero ¿Cuánto énfasis han puesto en la crucial necesidad de encontrar a un hombre santo? ¿adivino?
J.I. Packer, El Renacer de la Santidad, Editorial Caribe (1995), p.31
En su magnífico libro Holiness (Santidad), publicado en 1879 y todavía a la venta con bastante éxito, el obispo anglicano John Charles Ryle trazó en términos bíblicos sencillos un perfil clásico de la persona santa en doce puntos. (Como buen victoriano, Ryle utiliza la palabra “hombre”, pero también se refiere a las mujeres.) La descripción que hace es la siguiente:
- Santidad es el hábito de ser de un mismo parecer con Dios, según la descripción de su mente que encontramos en la Escritura. Representa la costumbre de estar de acuerdo con el Señor en su juicio, aborrecer lo que El aborrece, amar lo que ama, y medirlo todo en este mundo con la norma de su Palabra…
- El hombre santo se esforzará en evitar todo pecado conocido y guardar cada uno de los mandamientos revelados. Tendrá una decidida disposición mental hacia Dios, un deseo sincero de hacer su voluntad, un miedo mayor a desagradarle a El que al mundo, y… sentirá lo mismo que Pablo cuando dijo: “Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios” (Ro 7.22)...
- El hombre santo luchará por ser como nuestro Señor Jesucristo. No sólo vivirá la vida de fe en El, y extraerá de Jesús toda su paz y su fuerza diaria, sino que también se esforzará para tener el mismo sentir que hubo en El y para conformarse a su imagen (Ro 8.29). Su meta será soportar y perdonar a los demás… ser generoso… andar en amor… ser modesto y humilde… Tomará a pecho la afirmación de Juan, que expresa: “El que dice que permanece en El (en Cristo), debe andar como El anduvo” (1 Jn 2.6).
- El hombre santo seguirá la mansedumbre, la resignación, la bondad, la paciencia, la disposición amable, el dominio de su lengua. Soportará mucho, tolerará mucho, pasará mucho por alto y será lento para hablar de afirmarse en sus derechos.
- El hombre santo seguirá la templanza y la abnegación, se esforzará por hacer morir los deseos de su cuerpo, crucificará su carne con sus afectos e inclinaciones, pondrá freno a sus pasiones, reprimirá sus tendencias carnales, no sea que en cualquier momento se desaten… (Luego Ryle cita Lucas 21.34 y 1 Corintios 9.27).
- Un hombre santo seguirá la caridad y la bondad fraternal. Se esforzará por cumplir esa regla de oro que consiste en hacer aquello que uno quisiera que los demás hiciesen con uno y en hablar a otros como desea que ellos le hablen. Aborrecerá toda mentira, calumnia, murmuración, engaño, fraude y trato injusto, aún en las cosas más pequeñas.
- El hombre santo seguirá una actitud misericordiosa y benevolente hacia los demás… Así era Dorcas, quien “abundaba en buenas obras y en limosnas”, no simplemente se las proponía y hablaba de ellas, sino que las hacía (Hch 9.36).
- Un hombre santo seguirá la pureza de corazón. Tendrá pavor de cualquier inmundicia e impureza de espíritu, y tratará de evitar todo aquello que pudiera llevarle a ellas. Sabe que su propio corazón es como la yesca, y con diligencia se apartará de cualquier chispa de tentación.
- Un hombre santo seguirá el temor de Señor. No me refiero a un temor de esclavo, que solo trabaja por miedo al castigo y estaría ocioso si no se le asustara ser descubierto, sino más el temor de un hijo que desea vivir y actuar como si estuviera siempre delante de su padre, porque lo ama.
- El hombre santo seguirá la humildad. Deseará, con actitud modesta, considerar a todos los demás como superiores a él mismo. Verá más maldad en su propio corazón que en ningún otro en todo el mundo.
- El hombre santo seguirá la fidelidad en lo concerniente a todos los deberes y relaciones de la vida. Intentará, no meramente ocupar su sitio tan bien como lo hacen otros que no toman sus almas en consideración, sino incluso mejor, ya que tiene motivos más elevados y cuenta con más ayuda que ellos… Las personas santas deberían ponerse como meta el hacer todo bien, y sentir vergüenza cuando se permiten realizar algo de mala manera si pueden evitarlo… Deberían esforzarse en ser buenos maridos y buenas esposas, buenos padres y buenos hijos, buenos amos y buenos siervos, buenos vecinos, buenos amigos, buenos súbditos, buenos en privado y buenos en público, buenos en el lugar de sus negocios y buenos en el hogar. El Señor Jesús formular una pregunta escudriñadora a los suyos cuando dice: “¿Qué hacéis de mas? ¿No hacen también así los gentiles?” (Mt 5.47).
- En último lugar, pero no por eso menos importante, el hombre santo seguirá la mentalidad espiritual. Se esforzará en poner la mira completamente en las cosas de arriba, y en agarrar con mano muy suelta aquellas de la tierra… Aspirará a vivir como alguien que tiene su tesoro en el cielo, y a pasar por este mundo como un extranjero y peregrino que viaja hacia su hogar. A tener comunión con Dios en oración, en la Biblia y en la reunión de su pueblo, estas cosas serán los principales deleites del hombre santo. Valorará cada cosa, cada lugar y cada compañía según la medida en que los mismos le acerquen más a Dios.
J.I. Packer, El Renacer de la Santidad, Editorial Caribe (1995), p.17-19
Hubo un tiempo en el que todos los cristianos ponían mucho énfasis en la realidad del llamamiento de Dios a la santidad, y hablaban con profundo discernimiento del modo que tiene el Señor de capacitarnos para ella.
En particular, los protestantes evangélicos ofrecían innumerables variedades sobre lo que la santidad divina exigía de nosotros, lo que implica para nosotros mismo ser santos, por qué medios y a través de que disciplinas el Espíritu Santo nos santifica, así como las formas en que la santidad aumenta nuestra seguridad, nuestro gozo y nuestra utilidad para Dios.
Los puritanos insistían en que la vida entera y las relaciones debían llegar a ser “santidad al Señor”. John Wesley decía al mundo que Dios había levantado el metodismo “para esparcir la santidad escritural por todo el país”. Phoebe Palmer, Handley Moude, Andrew Murray, Jessie Penn Lewis, F.B. Meyer, Oswald Chambers, Horatius Bonar, Amy Carmichael y L. B. Maxwell son solo algunas de las figuras más destacadas del “avivamiento de santidad” que afectó a toda la cristiandad evangélica entre mediados del siglo diecinueve y mediados del veinte.
Al otro lado de la línea divisoria de la Reforma, Serafín de Sarov (ortodoxo ruso) y Teresa de Avila, Ignacio de Loyola, Madame Guyon y el Padre Grou (todos ellos católicos romanos), ministraron como apóstoles de la santidad de un modo semejante. Debemos comprender que, como viera por ejemplo John Wesley con toda claridad, la división de la Reforma fue mucho menos profunda en cuanto a la santificación y el Espíritu que respecto a la justificación y la misa.
En el pasado, pues, se destacaba la santidad a lo largo y ancho de toda la iglesia cristiana. ¡Pero cuán diferente es hoy! Al escuchar nuestros sermones y leer los libros que escribimos, y al observar nuestra forma ridícula, mundana y pendenciera de comportarnos, uno nunca imaginaría que en otra época el camino de la santidad estuvo claramente marcado para los creyentes bíblicos, de tal manera que los ministros y la gente sabían lo que era y podían hablar del mismo con autoridad y confianza. Ahora tenemos que reconstruir y volver a abrir ese camino partiendo realmente de cero.
J.I. Packer, El Renacer de la Santidad, Editorial Caribe (1995), p.10-11