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La unión mística, superior a la Humana

"Yo soy vuestro esposo"

(Jeremías 3:14)

Cristo Jesús se ha unido a su pueblo en vínculo matrimonial. Con amor, El se desposó con su Iglesia, casta virgen, mucho antes de caer bajo el yugo de servidumbre. Lleno de ardiente amor, Jesús trabajó, igual que Jacob por Raquel, hasta pagar íntegramente el precio de rescate; y ahora, tras haberla solicitado por su Espíritu y de haberla persuadido a que lo conociese y amase, espera el glorioso día cuando la mutua felicidad quede consumada en las bodas del Cordero. El glorioso novio no ha presentado aún a su prometida perfecta y completa ante la Majestad del cielo; ella no ha entrado todavía a gozar de su rango como esposa y reina; es hasta ahora una peregrina en un mundo de aflicción, una moradora de las tiendas de Cedar. Pero ella es ya la esposa de Jesús, la amada de su corazón, preciosa antes sus ojos, escrita en las palmas de sus manos y unida a El. En la tierra, Jesús ejerce para con su esposa las afectuosas funciones del esposo. Le da ricas provisiones en sus necesidades, paga todas sus deudas, le permite apropiarse de su nombre y participar de sus riquezas. La palabra divorcio nunca la pronunciará, porque "El aborrece que sea repudiada". La muerte rompe el vínculo matrimonial aun de los mortales que mas se aman, pero no romperá el vínculo de este matrimonio inmortal. En los cielos no se casan, pues son como los ángeles de Dios. Sin embargo, hay la maravillosa excepción a esa regla, pues en el cielo, Cristo y su Iglesia celebrarán sus benditas nupcias. Este parentesco es más duradero y más íntimo que el matrimonio terrenal. Por más puro y fervoroso que sea el amor de un esposo, solo será una pálida sombra en comparación con el amor que arde en el corazón de Jesús. Superior a toda unión humana es esa unión mística con la Iglesia, por la cual Cristo dejó a su Padre y fue una carne con ella.

"Lecturas Matutinas", Julio 22, Charles Haddon Spurgeon (1834-1892)

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