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Por fin he encontrado a un predicador expositivo que cree en la importancia de las predicaciones evangelísticas.

Martyn Lloyd-Jones creía que la predicación evangelística debía existir como una categoría especial de predicación. Para el la predicación del Evangelio era la parte principal de la predicación y la prioridad que le daba se puede ver en el hecho de que era su sermón evangelístico del domingo por la noche el que solía escribir en su totalidad cuando estaba en Aberavon. En la actualidad existe la necesidad de restablecer el reconocimiento de que el tipo de sermón más apropiado para ayudar el inconverso no es el mismo tinado a aquellos que ya creen. Por supuesto, toda verdadera predicación tiene elementos en común. La predicación es la presentación ordenada de la Palabra de Dios; debe ser siempre, pues, instructiva y llevar a los hombres a la presencia de Dios. Pero es un grave error pensar que, mientras que el contenido de un sermón sea bíblico, el predicador no debe preocuparse de que el texto sea el más apropiado para que Dios lo utilice para ayudar a los conversos o a los inconversos.

Hoy en día hay demasiada predicación que indica que el predicador no tiene una clara convicción acerca de las personas a quienes van esencialmente dirigidos el texto y el sermón. Spurgeon advierte contra esto en un discurso dirigido a sus estudiantes en “Sermons Likely to Win Souls” (Sermones proclives a ganar almas). Dice: “Dios el Espíritu Santo puede convertir almas por medio de cualquier texto de la Escritura, independientemente de la exposición; pero hay ciertos pasajes de las Escrituras que, como sabéis, son los más adecuados para ser ofrecidos a las mentes de los pecadores; y si esto es cierto de nuestros textos, mucho más los será de nuestros discursos a vuestros oyentes”.

Lloyd-Jones creía, como creen todos los evangelistas, que debe haber una clara diferencia en el enfoque del predicador cuando habla a los inconversos. Por un lado, cuando se dirige un sermón a los cristianos se presupone un cierto grado de interés. Pero despertar y mantener el interés del inconverso es otra cuestión. Aquí no se puede dar nada por supuesto. Puede que no haya interés real algún en absoluto. Puede que algunos estén presentes sin intención alguna de escuchar realmente: pueden ser espectadores casuales o pretender escuchar tan solo para ser críticos silenciosos. Carece de sentido preparar un discurso para inconversos como si todos estuvieran esperando escuchar la Palabra de Dios. Sus intereses reales presentes van en una dirección completamente distinta, y la predicación evangelística debe abrirse paso en el mundo donde se hallan. Este fue uno de los motivos porque Martyn Lloyd-Jones consideraba que la preparación de un sermón verdaderamente evangelístico exigía mucho más al predicador que cualquier otro tipo de sermón.

Pero, más importante aún, el sermón evangelístico es un sermón mucho más restringido en su intención que el dirigido a los cristianos…, el inconverso necesita una sola cosa: ser convencido de pecado, humillado e impotencia. Toda predicación debiera ser más que enseñanza, pero en el caso de la predicación evangelística es imperativo. Debe alcanzar el corazón y la conciencia o fracasará. Debe ser personal y oportuna, debe despertar. Debe tener un componente de alarma. Debe hacer que los hombres afronten su estado espiritual.

Theodore Cuyler, un famoso predicador del siglo XIX en Brooklyn, se sorprendió en una de sus visitas a Londres ante la pregunta que le formuló Spurgeon: “¿Hasta qué punto se dirigen primordialmente a la conversión de las almas vuestros más capaces ministros americanos?”. No se nos relata la respuesta, pero sabemos cuál era tanto en el caso de Spurgeon como en el de Lloyd-Jones.

Martyn Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.12, 13

Hay personas que son religiosas simplemente porque temen no serlo; asisten a un lugar de culto porque fueron criadas para hacerlo así; porque es la costumbre y la tradición. Creen en la Biblia meramente porque se les enseñó a hacerlo así y aceptan los dogmas y doctrinas porque se los enseñaron sus padres y sus antepasados. Esto es lo que Cristo denomina [en Juan 8:35] “ser un esclavo de la casa”.

Profesar una creencia en Dios y su Palabra, obedecer los mandatos de Dios, abstenerse de vicios y pecados, llevar una vida decorosa y respetable de cara al exterior es estar, en un sentido, en la casa de Dios; pero tal persona está ahí únicamente como esclava, como mercenaria, como sierva. No es libre. Su situación es exactamente la misma que la del hindú, la del mahometano o el pagano que adora al sol y otras cosas simplemente porque sus padres así lo hicieron. Es cautiva de la costumbre, la tradición y el miedo. Esa no es la libertad que promete Cristo. No es sino una creencia superficial que se basa en lo que otros han pensado y dicho al respecto.

La fe inexpugnable, la fe que libera, la que deslumbra el alma de un hombre de tal forma que le hace decir: “Sé que esta es la verdad de Dios. Su enseñanza ha tocado las fuentes más profundas del pensamiento y el sentimiento en mi pecho, ha despertado mi conciencia, movido mi corazón, ha encendido mis aspiraciones a una vida más pura, mejor, ha traído paz y descanso a mi espíritu, y aunque todos lo nieguen, sé que es cierta porque ha cambiado mi vida”.

Martin Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.235

Un día como hoy, hace dos años, partiste a estar con nuestro Señor.

Aún recuerdo la noche antes de tu partida. Como era de costumbre en esos últimos meses, yo estaba allí en tu casa hasta tarde, acompañándote, compartiendo contigo y ayudándote en lo que pudieses necesitar. Doy gracias a Dios que me permitió poder compartir contigo esos últimos 12 meses en una manera tan especial.

Recuerdo como esa última noche, un poco avergonzado, no quise orar por ti. Pensé que estarías cansado de mis tantas oraciones por ti, y de citarte vez tras vez las palabras de nuestro señor Jesús en Mateo 10:29-30, como recordatorios de que EL tiene cuidado y control de nuestras vidas. Pensé que ya estabas cansado de mis oraciones y de escucharme repetir lo mismo. Me sentí tan débil esa noche, que luego de darte un beso, salí silenciosamente hacia mi hogar.

Luego me contarían, que esa misma noche en la cual yo no oré por ti, tú mismo con tus palabras levantaste un clamor a nuestro Dios, y le dijiste: “Señor sáname, sana mi cuerpo y sálvame.”

Que poderosa oración fue esta que Dios decidió contestarla a solo horas de tu haberla hecho!. Quizás Dios utilizó mi debilidad para que tú mismo clamaras con tu propia voz que necesitabas de su salvación y su sanación.

Gloria a Dios que aún en nuestras debilidades EL se glorifica!

Dos cosas puedo decirte que he aprendido luego de tu partida.

Tu ausencia me ha puesto a valorar más mi rol como padre. Ahora pienso más en la responsabilidad que tengo de ser un padre activo en la vida de mis hijos, quienes necesitan sentir mi afecto, apoyo, confirmación y corrección.

Y por otro lado, en estos últimos 2 años he conocido una faceta de Dios que antes no conocía. Desde el momento de tu partida y hasta el día de hoy, no ha habido desesperación, ni un vacio inconsolable, ni impotencia, ni amargura, ni nada por el estilo. Ciertamente te extraño mucho, pero Dios ha sido, desde el momento de tu partida, más que suficiente. Su presencia y su Palabra han confortado mi alma en cada segundo desde que te fuiste, y he aprendido en este tiempo, que cuando más necesitados estamos, es cuando más abundante su gracia es para nosotros.

Solo sé que me faltan algunos años para volverte a ver, pero me alegro en sobremanera al saber que estás delante de la presencia de nuestro Señor y Creador, y que ese día cuando nos encontremos de nuevo, será para estar juntos por toda la eternidad, sin enfermedad, ni dolor, ni pecado de por medio, deleitándonos en nuestro Señor y adorándole a EL para siempre.

Cuanto anhelo ese día!

Te amo Papi.

Nos gusta leer y considerar la enseñanza de Cristo, nos gusta considerar su noble vida y ejemplo y reflexionar acercar de ello, puede que hasta admitamos que era el Hijo de Dios; pero nos disgusta toda esta monserga de la conversión y el nuevo nacimiento. ¿Por qué? Porque implica que necesitamos convertirnos y que, hasta que hayamos nacido de nuevo, estamos “perdidos y muertos en pecado”.

No importa lo que cambie la vida y las vueltas que den las ideas; hay una cosa tan arraigada en la naturaleza humana que nunca varía ni oscila, y es nuestra buena opinión acerca de nosotros mismos. Nos gusta un Evangelio que nos interese, que nos seduzca, que apele a nuestras emociones y a nuestros sentimientos, nos gusta en tanto en cuanto presenta ideas y el ideal de vida; pero cuando promete “liberarnos” y darnos libertad, tropezamos con él, ponemos objeciones, porque al ofrecernos libertad indica nuestro presente cautiverio. Y, sin embargo, esto es lo que ofrece Cristo y lo que Cristo dice, y toda nuestra dificultad con respecto a esto gira en torno a nuestro falso concepto de libertad.

Martin Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.229

En ocasiones creo que la mejor señal que puede tener un hombre de que está predicando el Evangelio de Cristo y no simplemente entregándose a su propia fantasía es que ciertas personas objeten con virulencia a lo que está diciendo y se sientan disgustadas y resentidas con él por haberlo dicho.

…al leer los Evangelios no hay nada tan claro como el hecho de que la predicación de Jesucristo solo tenía dos posibles efectos en su audiencias: o bien salvaba a los hombres o bien los enemistaba por completo y les hacía oponerse, perseguir, amenazar e insultar.

¡Qué diferente es la situación que se presenta en el Nuevo testamento de la imagen que presenta hoy la Iglesia y la idea que se tiene de ella en estos tiempos! En la actualidad, las personas conciben la iglesia como un lugar que atrae a cierto tipo de personas débiles, emocionales y sosas, donde se dan discursos completamente inofensivos e inertes, donde se habla de “amor” y “belleza”, donde se pregonan “pensamientos hermosos” e “ideas bellas”, donde se hablan palabras tranquilas, reconfortantes y de ánimo y donde, por encima de todo, no se debe decir nada que pueda perturbar a alguien y mucho menos moleste o irrite. La iglesia se considera una especie de botica donde se distribuyen medicamentos y remedios tranquilizantes y donde todo el mundo debe sentirse cómodo. Y el tema esencial de la iglesia debe ser “el amor de Dios”.

… Si alguna vez hubo alguien que conoció el amor de Dios, si alguna vez se predicó y entendió el amor de Dios, si alguna vez hubo una autoridad en ese amor, ese fue Jesucristo. Dijo que había venido a la Tierra por él, hizo su obra sustentando por él, lo reveló en sus milagros y maravillosas obras, estuvo dispuesto a morir por él y, sin embargo, ¿Qué efecto produjo en sus audiencias? ¿Volvieron todos del culto a casa sonriendo y felices, sintiéndose complacidos y satisfechos consigo mismos? ¿Fue su ministerio perfecto uno en que nadie se ofendía y nadie mostraba resentimiento alguno? ¿Evidencian sus cultos lo que es tan popular en la actualidad: edificios con la “tenue luz religiosa” donde se cantan agradables himnos, se ofrecen agradables oraciones y un “breve” sermón de buen gusto y con notas culturales?

Martin Lloyd-Jones, Sermones Evangelísticos, Editorial Peregrino (2003), p.224-226

Cuando somos conscientes de la presencia de Dios, notamos más que somos criaturas.

Cuando nos encontramos con el Absoluto, sabemos de inmediato que nosotros no somos absolutos.

Cuando nos hallamos con el Infinito, nos hacemos agudamente conscientes de que nosotros somos finitos.

Cuando vislumbramos al Eterno, sabemos que somos temporales.

Encontrarse con Dios es un poderoso estudio de contraste. Nuestro contraste con el “Otro” es sobrecogedor.

R.C. Sproul, La Santidad de Dios, Publicaciones Faro de Gracia (2002), p.41

Hasta hace unos quince años los cristianos veían la sicología como algo hostil al evangelio.

Permítase que alguien que profesa el nombre de Jesús bautice la sicología secular y la presente como algo compatible con la verdad de las Escrituras, y la mayoría de los cristianos se sentirán felices tragándose una cicuta teológica en forma de “instituciones sicológicas”.

Durante los últimos 15 años las iglesias han tendido a depender mas y mas de los consejeros pastorales entrenados […] Para mí esto parece indicar debilidad en o indiferencia hacia la predicación expositiva dentro de las iglesias evangélicas […] ¿Por qué tenemos que recurrir a las ciencias humanas? ¿Por qué? Porque por años no hemos expuesto el todo de la Escritura. Porque debido a nuestra débil exposición y nuestras charlas temáticas superficiales hemos producido una generación de ovejas cristianas sin pastor. Y ahora nos estamos maldiciendo a nosotros mismos más profundamente que nunca por haber recurrido a la sabiduría del mundo.

Lo que hago como siquiatra y lo que mis colegas sicólogos hacen en sus investigaciones o en su consejería es de valor infinitamente menor para los cristianos con problemas que lo que Dios dice en su Palabra. Pero los pastores, como las ovejas a las cuales guían, están siguiendo (si se me permite cambiar la metáfora por un momento) a un nuevo flautista de Hamelín que los está llevando hacia las oscuras cavernas del hedonismo humanista.

Algunos de aquellos que estamos profundamente involucrados en las ciencias humanas nos sentimos como voces clamando en un desierto ateo de humanismo, mientras que las iglesias se tornan hacia la sicología humanista como sustituto para el evangelio de la gracia de Dios.

John White, Flirting with the World (Jugueteo con el mundo), Shaw, Wheaton, Illinois (1982), p.114-117

Reverencia ante Dios, respeto por la dignidad del deber pastoral, buen sentido, sano juicio, una manera de pensar clara y profunda, amor por la lectura, dedicación diligente al estudio y la meditación. Una buena memoria, un buen dominio de las palabras, saber cómo piensa la sociedad. Todas estas características son esenciales. Es necesario un talento poco común y mucho esfuerzo para explicar los pasajes oscuros de la Escritura, así como para resolver las complicadas aplicaciones de la Palabra a las vidas y para defender la verdad en contra de sus opositores, todos estos son deberes que están en el corazón de la vida y el ministerio del predicador.

Una cantidad mínima de conocimiento y habilidad jamás capacitarán al predicador para enseñar doctrina, exponer las cosas profundas de Dios, convencer la mente terca, capturar los afectos y la voluntad o iluminar las realidades oscuras para eliminar las sombras de confusión, ignorancia, las objeciones, el prejuicio, la tentación y el engaño.

Pero por encima de todo, y a través de todo, el predicador debe ser hábil en el uso de la Palabra para detectar los errores de aquellos que le escuchan, para liberar hombres de sus fortalezas de ignorancia, convencer sus conciencias, tapar sus bocas y cumplir su responsabilidad de proclamar todo el consejo de Dios. La Palabra es la única arma del predicador, la poderosa espada de doble filo que es la única que corta hasta lo más profundo del alma y el espíritu.

John MacArthur, El Redescubrimiento De La Predicación Expositiva, Editorial Caribe (1996), p. 11,12

Aunque Lilly Goodman tiene un buen tiempo cantando, no fue sino hasta hace algunos días que conocí sus canciones, las cuales escuche mientras esperaba el inicio de una película en una sala de cine de mi país.

A continuación una de mis canciones favoritas de ella:

"Personalmente estoy convencido de que el anhelado cambio en las condiciones de vida en nuestro país no depende primordialmente de la educación, ni de la calidad de la justicia impartida por nuestro sistema judicial, ni de la legislación implementada, sino que depende de un cambio interior del ser humano que compone nuestra sociedad. Es iluso pensar que sin un cambio en las personas tendremos un avance significativo en las condiciones socio-económicas del país; pero dicho cambio sólo se produce genuinamente cuando Dios cambie nuestras vidas."

Héctor Salcedo Llibre, Cristiano-Economista

Sermón predicado por el pastor José (Pepe) Mendoza de la Iglesia Bautista Internacional el pasado 2 de Agosto del 2009.

El texto base es Salmo 49, y el sermón puede ser descargado aquí.

A continuación un extracto del mensaje:

A pesar de toda esa confianza que el hombre pueda tener en las cosas del mundo,

A pesar de la negación del hombre a toda condición de ley que venga de Dios,

A pesar de que podamos afirmar que en este mundo vivimos sin leyes y sin dominio de ninguna clase,

A pesar de poder decir que confiamos en esto o en aquello,

Hay algo que el hombre no puede conquistar, que es la victoria sobre la muerte.

… El hombre podrá jactarse de muchas cosas, pero nunca podrá jactarse de haber vencido a la muerte, porque la paga del pecado es la muerte.

La realidad de la muerte es el descubrimiento de nuestra propia temporalidad y de nuestra separación de Dios. Y a pesar de que tratemos de construir un mundo a nuestro alrededor que parece que durará para siempre, nosotros somos conscientes de nuestra propia temporalidad y del reconocimiento de que nosotros algún día dejaremos esta tierra. De saber que cada uno de nosotros, desde el momento en que Dios nos puso en el vientre de nuestra madre un reloj en reversa empezó a caminar inevitablemente porque el día de nuestra partida ya está marcado.

No se trata de que alguien sufriendo una penosa enfermedad este muriendo. Todos nosotros en este lugar estamos muriendo también, y ninguno de nosotros podrá, ni con nuestros bienes, ni con nuestra inteligencia, ni con nuestra sabiduría, ni con nuestra fama, ni con el cariño de los nuestros, ni con dietas ni ejercicios, ni con cirugías, ni con una cuenta bancaria, resolver ese problema.